Alanis la película argentina dirigida por la directora feminista Anahí Berneri
Por Jaime Montejo de la Agencia de Noticias Independiente Noti-Calle, Ciudad de México, 12 de febrero de 2019.
Ver una película con un lleno total de la sala, es prometedor en algunas ocasiones, como lo fue con la película Alanís, dirigida por la directora feminista Anahí Berneri y protagonizada por la actriz Sofía Gala Castiglione Casanova.
En esta ocasión hablo a título personal y no como integrante de la organización de la cual formo parte, aunque las perspectivas de dicha iniciativa, permeen algunos comentarios vertidos en este espacio.
Alanis, no se trata de la historia de “La” trabajadora sexual, de “La” mujer en situación de prostitución o de “La” prostituta. La cinta aborda la historia de “una” sola mujer, que va mostrando pequeños destellos de las historias de otras mujeres más, la mayoría de ellas compartiendo una misma forma de ganarse la vida, a través del comercio sexual.
Sin embargo la historia de Alanís, retrata facetas de la vida de algunas trabajadoras sexuales jóvenes, que laboraron por su cuenta hasta que la prohibición les obligó a probar diferentes modalidades de trabajo no asalariado, pero al final tuvieron que insertarse en burdeles para continuar ejerciendo un oficio que les deja más dividendos que muchos otros oficios precarios.
El largometraje muestra aspectos de la vida cotidiana de una mujer que decide ejercer el comercio sexual de forma libre y voluntaria hasta que una inspección gubernamental, clausura el departamento donde Alanis y su amiga, también trabajadora sexual, viven y se ganan la vida ofreciendo servicios sexuales.
Dichos servicios sexuales se promueven con pequeños promocionales que se pegan en las paradas de autobús y otros espacios públicos de la ciudad, en este caso de Buenos Aires.
Dos inspectores llegan al departamento de Alanís, quien trata de evitar que entren al lugar pero la fuerza de ellos es superior a la suya.
Dentro del departamento y ya en plena inspección policíaca, los servidores públicos roban dinero y celular a una de las trabajadoras sexuales, una mujer entrevista a Alanís y le pregunta quién renta el lugar para seguramente fincar responsabilidad por trata de personas, criminalizando a la mujer de mayor edad.
Una de las servidoras públicas que entrevistan a Alanís, después del operativo, le ofrece apoyo para que retorne a su pueblo, situación que ella no acepta y refleja las deportaciones internas o desplazamientos forzados de trabajadoras sexuales, que se han registrado en Argentina en años pasados, como política pública abolicionista.
La película muestra cómo se llevan detenida con engaños a su compañera trabajadora sexual, mayor que ella y luego la película no nos dice que pasó con dicha mujer. Es común que en países como Argentina y México, se piense que las mujeres mayores regentean y explotan a víctimas de trata de personas con fines sexuales, menores a ellas. En algunos casos así ocurre, en otros, esas mujeres mayores son chivos expiatorios para mostrar avance en las metas judiciales contra la trata de personas. Falsos positivos, dirían en Colombia.
Algunos de los efectos colaterales del operativo anti-trata, son el robo mencionado, verse obligada a pernoctar en un lugar en calidad de “arrimada”, con su hijo de brazos, la violencia a que se enfrenta en la calle con otras trabajadoras sexuales que sienten que ella invade sus esquinas, la dificultad para negociar mejores cantidades de dinero con sus clientes, por verse obligada a realizar su actividad sexual en vehículos o en espacios de los clientes y la posibilidad real de que la amiga que le brindó su apoyo después de que perdiera su departamento, le sustrajera a su bebé.
La cinta retrata a la protagonista atendiendo a sus clientes, ya desprovista de su departamento, a quienes practica el sexo oral y vaginal, solamente. Una de las escenas muestra repulsión hacia uno de ellos, que además se droga con cocaína. La repulsión hacia algunos o todos los clientes está presente en el comercio sexual, en mayor o menor grado y también en otros oficios como el de auxiliares de enfermería que deben limpiar heces fecales a pacientes, entre cuidadoras de personas de la tercera edad, entre custodias de penales, entre servidoras públicas que atienden ventanillas, entre otros más.
Alanís, ya sin un espacio propio para vivir, se ve obligada a laborar como trabajadora del hogar, sin embargo, regresar al trabajo sexual por necesidad y después de ser objeto de violencia callejera, decide recurrir a un burdel donde una parte de lo que pagan los clientes sexuales, se queda como ganancia de la casa de citas, al igual que otros empresarios de industrias diferentes al sexo, que privatizan una parte de las ganancias de sus trabajadoras o trabajadores de la rama económica de la que se trata.
En dicho burdel, Alanís accede a prestar servicios completos, que incluyen el sexo anal, que no aceptó ofrecer a uno de los clientes que muestra la cinta cinematográfica. Laborar bajo la dependencia de una proxeneta, la obliga a realizar un servicio que es posible que de manera independiente no realizara, no lo hiciera con frecuencia, o sólo lo ofreciera en casos especiales, como ocurre con muchas trabajadoras sexuales, no sabemos.
Ahora, la situación de las demás trabajadoras sexuales de este negocio, hacia ella es de apoyo con su hijo, mientras ella va a atender a un cliente del lugar. Apoyo real o condicionado por la madrota de la casa de citas, no lo sabemos, aunque la relación de las mujeres parece auténtica.
La película muestra como en el caso de Alanís y de otras trabajadoras sexuales, los rescates judiciales de víctimas de trata sexual, sólo generan más violencia hacia ellas, por verse obligadas a ganarse la vida en condiciones donde su seguridad no está garantizada sino es con verdaderos proxenetas.
Es curioso que la directora haya solicitado asesoría de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, AMMAR, que lucha por el reconocimiento de los derechos laborales de las trabajadoras sexuales y también de la Asociación de Mujeres argentinas por los Derechos Humanos, que se declara abolicionista de la prostitución.
AMMAR, tomó la película como bandera de lucha. La otra asociación, no sabemos qué postura ha tomado al respecto.
En un reportaje de Laura Farfette que lleva el título de la cinta comentada, la directora Anahí indicó que “era imposible no conmoverse con cualquiera de las dos posturas (abolicionista y pro-derechos). En ambas, aparecía la violencia institucional que sufren y la hipocresía moral alrededor de la prostitución”.
Si dejáramos de pensar de forma binaria dentro del feminismo y en general dentro de los análisis sociales como recomienda María Galindo, encontraríamos a juicio de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer, “Elisa Martínez”, A.C., que el abolicionismo de la prostitución y la lucha por los derechos laborales de las trabajadoras sexuales, forman parte de una misma moneda, pero nuestras visiones occidentalizadas, nos impiden avanzar en la síntesis de ambas concepciones, que en todo caso deberían actuar con la filosofía de causar el menor daño posible y nunca sin escuchar a las protagonistas del comercio sexual, sea que las llamemos mujeres en situación de prostitución o trabajadoras sexuales. Y tampoco nunca, comprar su "filiación" con apoyos real y/o falsas promesas, porque reproduciríamos entonces la relación de cliente o prostituyente y prestadora de servicios o mujer prostituida.
Iniciativas de la industria del rescate, representantes de la industria sexual, ONG, fundaciones e incluso organizaciones de trabajadoras sexuales, han actuado en el pasado y en este momento, promoviendo la creación y consolidación de sectores clientelares entre las personas que ofrecen servicios sexuales.
Por otro lado, una lección de vida de quienes impulsamos la Brigada Callejera, es que hay servidores públicos, hombres y mujeres que llaman a las mujeres que se ganan la vida teniendo relaciones sexuales pagadas, trabajadoras sexuales, aunque promuevan la explotación sexual gubernamental en zonas de tolerancia como la galáctica de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, que dicho sea de paso se ha convertido en un moderno campo de concentración, administrado bajo condiciones de trata institucionalizada.
Así mismo, conocemos a activistas como María Galindo de Mujeres Creando de Bolivia, que les llama mujeres en situación de prostitución y que ha logrado a través de una iniciativa ciudadana, que sea posible auto-gestionar burdeles, sin la intromisión de proxenetas. Una iniciativa abiertamente anti-capitalista, anti-patricarcal y anti-sistémica.
Durante la primera parte de la lucha del “Sindicato Organización de Trabajadoras Sexuales, OTRAS” de Barcelona, España, no pocas organizaciones abolicionistas anarquistas, firmaron a favor de la no prohibición de dicha iniciativa, mientras que algunas más le apostaron a descalificar a sus protagonistas, a enlodar los nombres de quienes allí han dado la cara públicamente y a acusarles de formar parte del “lobby proxeneta”, sin mayores elementos que una furia y odio irracional hacia quienes defienden el derecho a la sindicalización de personas que ofrecen servicios sexuales, como opción laboral.
Y es que hay quienes postulan la abolición de la prostitución, pero nunca en contra de las prostitutas, ni tampoco sin ellas deliberando y actuando desde sus propias reflexiones, inequidad de género, situación de clase, raza, origen nacional, condición migratoria o de salud, orientación sexual, identidad y expresión de género.
Alanís despierta suspicacias y comentarios como el que refiere que “el cliente no le representa”. Es como si pretendiéramos que los clientes del sector terciario de la economía, les representan a todas y cada una de las y los prestadores de servicios que se ofrecen para satisfacer necesidades de transporte, alimentación, hospedaje, salud, seguridad, educación o administración pública, entre otras actividades donde un grupo de trabajadoras y trabajadores prestan servicios a diferentes públicos de la población.
Toda actividad que se realice para ganarse la vida, incluye fuerza de trabajo, proveedores, clientes y en el caso de la mayoría de las empresas, dueños y administradores.
Una persona, hombre o mujer, que presta servicios académicos, periodísticos, filantrópicos o sororarios, también tiene clientes y patrones, hombres y mujeres y por supuesto que su clientela no le representa más que en una de sus diferentes facetas de su propia humanidad individual, si así lo considera cada quien. Sin embargo, le representen o no los clientes a quienes prestamos servicios de diferente índole, sin ellos/ellas, no hay recursos económicos para sobrevivir en actividades que nos permiten ganar más que como obreros sin calificar como alguna vez lo indicó Rafael Sandoval.
Cabe remarcar, que en eso nos parecemos a las trabajadoras sexuales, porque al igual que ellas vendemos nuestra fuerza de trabajo, en los nichos de mercado donde pensamos que tenemos mejores posibilidades de remuneración.
Toda la clase trabajadora se prostituye en el mercado laboral y las feministas "radicales", monjas y predicadores cristianos o evangélicos, que pregonan la abolición de la prostitución no son la excepción.
Jaime Montejo es un activista que defiende derechos humanos de migrantes, trabajadoras sexuales y sobrevivientes de trata de personas y colabora con Noti-Calle, iniciativa periodística que nace en el año 1997, con un boletín mensual donde se mostraba en un principio, sólo el quehacer de la Brigada Callejera.
Brigada Callejera, es una organización con 30 años de trayectoria en la respuesta hacia el VIH e ITS en México y forma parte de la Red Mexicana de Trabajo Sexual y de la Alianza Global Contra la Trata de Mujeres, GAATW, por sus siglas en inglés.
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