CRÓNICAS URBANAS: Migrantes en las sombras

CRÓNICAS URBANAS: Migrantes en las sombras
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HUMBERTO RÍOS NAVARRETE
27.01.2019

Muestra un viejo billete guatemalteco, como una forma de afianzar lo que pregona, mientras repite su letanía en un vagón del Metro; es diferente la forma de obtener sustento de otros centroamericanos, la mayoría transgénero, que por las noches se prostituyen para sobrevivir.

—Soy guatemalteco, chapín, hermano, necesito una moneda, algo para comer.

Es joven, indumentaria ajada y falta de aseo, trae dos mandarinas en una mano y salta de vagón en vagón. “Una botella de agua, hermano, lo que sea”.

Un pasajero estira la mano con una moneda y lo busca; otro se hace a un lado y permite que el migrante descubra el puño de otro donante, y recibe la moneda con una sonrisa; otro, frente a él, le obsequia cinco pesos. La morralla se le juntará.

—Gracias, hermanos, Dios los bendiga.

El tren llega a la estación Juárez y el migrante corre hacia otro vagón, al que entra segundos después de cederle el paso a una señora.

En otro punto de la ciudad, ya de noche, varias mujeres, la mayoría transgénero, llegan a ofrecer sus servicios sexuales; bajo árboles, algunas exhiben sus cuerpos altos y torneados; otras se contonean iluminadas por lámparas públicas. Muchas son de Centroamérica.

Rueda lento un desfile de camionetas y coches. Los conducen fisgones que frenan para escudriñarlas o cruzar palabras con ellas; una y otra vez circulan alrededor de la manzana. Ellas, respingonas, agigantan sus figuras en zapatillas de aguja y zapatos de plataforma.

Cuadras atrás, una espigada trans —piel morena, falda corta y escote sin pretensiones; ni protuberancias como las de allá, que rondan en la madrugada— tirita de frío. Está recostada en la pared. Dice que ni un cliente ha caído; ni siquiera un piropo.

Integrantes de Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer visitan la zona para ofrecer asesoría y condones gratis. Poco después de escuchar las palabras de Elvira Madrid, dirigente del colectivo, La Morena comienza a sollozar y pronto patinan lágrimas en su anguloso rostro.

Enjuga sus lágrimas y dice:

—Perdón, pero no me dedico a esto; tuve que hacerlo porque en Honduras los mareros mataron a mi hermano que había llegado de Estados Unidos, y a mí me amenazaron; allá se quedó mi madre. Estuve en Tenosique, Tabasco, pero migré hacia acá. Tengo pocos días.

Tiene visa humanitaria.

Y está enferma.

Por eso su escalofrío

***

Otra noche.

Un individuo flaco, de tez blanca, barba rala y mocasines grises que fueron blancos, suéter ligero, camisa y pantalón percudido, camina con pasos largos por avenida Juárez.

—Buenas noches, hermano.

—Buenas noches.

—Voy a La Villa, hermano, cómo hago para llegar hasta allá, cuántos kilómetros son.

Trae un monedero entre las manos.

—Soy de Costa Rica; Costa Rica fue de ustedes los mexicanos, hermano —dice sin más preámbulos.

—Pero Costa Rica está en Centroamérica.

—Sí, claro, pero fue de ustedes… Me podrías decir cómo me puedes ayudar para ir a La Villa.

—En Metro, vamos... —la idea es decirle que en la ciudad hay albergues donde puede pernoctar, pero el sujeto masculla improperios y se sigue de frente y alarga los pasos.

Al fondo está la Torre Latinoamericana y a la izquierda el Palacio de Bellas Artes. Su figura se pierde mientras reparte sablazos.

***

Están matando a los trans en Honduras y El Salvador —comenta en voz baja Elvira Madrid, mientras su compañero Jaime Montejo solicita datos a La Morena—, y lo hacen a pedradas, añade quien, junto con su colectivo, viaja mucho a Tapachula, Chiapas, donde sexoservidoras centroamericanas trabajan en bares y cantinas, pero son extorsionadas por policías.

“Ellas dejan a sus hijos en sus pueblos y envían dinero a sus casas”, explica Elvira. “Pero existe odio contra la mujer en Centroamérica”.

La Morena dice que llegó a las 19 horas, pero no ha tenido clientes. Ha pasado seis horas de pie. Está cansada. Las demás, en la esquina, forman corrillos. Ella se siente marginada. Aquí no deben invadir espacios. Ella observa de lejos a las demás. Hay paisanas suyas.

En Tegucigalpa vivía con su madre, a quien le ayudaba a vender en una pequeña fonda; aún no se convertía en trans y tenía como pareja a un chiapaneco. El sujeto, un pájaro de cuenta, huyó a ese país. Consumía drogas duras y quería que ella también lo hiciera, pero se negó. Ésta fue otra causa por la que llegó a Tabasco hace meses.

Los maras de El Salvador ya invadieron Honduras. “Allá entran donde vives y dicen: ‘ésta ya no es tu casa’; entonces —añade La Morena— tuvimos que cerrar el negocio y mi mamá se fue a otro estado. En México me dieron un carnet humanitario”.

—¿Qué pasó con tu hermano?

—Él vino de Estados Unidos. Nos mandó dinero para que pusiéramos el negocio de comida; era pequeño: nos levantábamos a las cinco de la mañana y llegábamos entre seis y siete de la noche a casa, con algo de merendar; mi hermano nos visitó y fue cuando lo mataron.

—Nosotros somos de Brigada Callejera —se presenta Elvira Madrid— y les regalamos condones y lubricantes; hacemos pruebas de VIH, de sífilis, y también las asesoramos por cualquier problema que tengan.

La Morena dice que su caso lo lleva la Consejería Jurídica de Ciudad de México, pero le dijeron que la resolución puede durar hasta un año. En Tenosique, un abogado estaba encargado del asunto, “pero me vine porque allá hace mucho calor y perdí diez kilos por mala alimentación”.

—¿Y por qué decidiste trabajar en esto? —pregunta Madrid.

—Porque no hayo qué hacer; ahorita no tengo un trabajo y la renta son 160 pesos diarios; con 100, me alimento y todo eso, pero cómo le hago para los 160 de la renta; y no le quiero hablar a mi mamá, porque ella se va a preocupar de que estoy pasando necesidades.

—¿Y cómo vivías allá?

—Yo soy muy de hogar; mi pareja le hacía a la coca, pero después se empezó a meter piedra; me decía que por qué no fumaba yo, para que me sintiera tranquila, pero las drogas no van conmigo. Ah, él es esquizofrénico.

—Y lo dejaste.

—Sí, solo siete meses y medio viví con él. Mi mamá me dijo: “Si te vas, recuerda: el buey solo muy bien se lame”. Es un dicho de allá.