¿QUÉ SERÍA DE NOSOTRAS LAS TRABAJADORAS SEXUALES?

¿QUÉ SERÍA DE NOSOTRAS LAS TRABAJADORAS SEXUALES?

• TRAS 33 AÑOS EN LA PROSTITUCIÓN, MÉRIDA ENCUENTRA APOYO EN UNA BRIGADA CALLEJERA

POR LAURA JIMÉNEZ Y ERIDANI PALESTINO

“Yo iba caminando al pueblo, me mandaron a traer tortillas y se me acercó un chavo guapo, limpio, elegante, haz de cuenta un artista. Me empezó a hablar bonito: ‘hola chica, cómo te llamas, qué bonita eres’... la cuestión es que me enamoró y me trajo para acá, para México; yo tenía 16 años cuando empecé como trabajadora sexual”.

Han pasado 33 años y Mérida sigue recordando cada detalle sobre su padrote quien por medio del engaño amoroso la llevó a la prostitución y, después de un tiempo, al sexo como oficio de manera legal. Del municipio mexicano de Xochitepec en el estado de Morelos a la Ciudad de México, ella conoció otro mundo.

Mérida, es alegre, expresiva, cabello negro y piel canela, cuenta su historia desde la habitación de Brigada Callejera “Elisa Martínez”, una organización civil que se dedica a la promoción de la salud entre trabajadoras/es sexuales y que se encuentra en la calle de Corregidora, en el centro histórico.

“Vámonos, yo me caso contigo, yo te hago feliz”, eran las palabras de ese joven de 22 años al que veía como su príncipe azul. Previamente, él había investigado la vida de Mérida, sabía del maltrato que ella recibía en su casa.

Desde su infancia Mérida fue rechazada, humillada y maltratada por parte de su tía. Siempre que podía la ofendía diciéndole que “era peor que un chango”, “que era fea”, “una escuintla, india, narizona”. Todas las etiquetas discriminatorias que se le ocurrieran a esa mujer.

“A mí me daban ganas de matarla, de decirle maldita vieja, pero dije no, mejor me escapo de mi casa... conocí a un chico que fue al pueblo, era muy guapo, blanco y pues yo una indita, prietita, paisanita, huarachudita, insignificante, según yo. Me trataba bien, me hablaba bonito, fue ahí donde me enamoró”.

Desde los 16 años vendió su cuerpo por primera vez, su novio la metió a talonear. Primero aceptó por amor, “No pues como tú digas, yo me acuesto con quien tú quieras con tal de que no me dejes”, eran sus respuesta; después vino el chantaje, “Sino sigues trabajando para mí voy a ir con tu mamá, tu mamá sabes que te pega”, empezó a meterme miedo.

“Ya después yo ya no trabajaba porque estaba enamorada, ya trabajaba por miedo. Él me amenazaba, me pegaba, me mandaba a la esquina con los ojos hinchados, el cuerpo bien lastimado”. Hubo un momento donde ella ya no quería seguir, estaba “harta, asqueada de todo esto, ya no quiero, quiero regresarme a mi pueblo”, pero él la seguía amenazando.

“Dios hasta dónde he llegado, un extraño tocándome y se va, y luego llega otro extraño y se va, y luego otro extraño y otro extraño, otro extraño a mi cuerpo… o sea mi cuerpo, lo que nos tapamos, que te estén tocando, lamiendo, que te dejan saliva, sudor… pero tienes que hacerlo porque la necesidad te está orillando a que tú estés en esa esquina”.

Mérida tomó valor y a los tres años lo demandó, la dejó en paz y al pasar otros tres años comenzó a laborar por sí sola en el mismo ámbito. “Me gustó el oficio, ya no lo solté, ahí seguí trabajando”.

Ganarse la vida como trabajadora sexual no es fácil; “luego llegan los clientes y son bien culeros contigo, son bien prepotentes, cínicos, déspotas, bueno hay de todo, tengo clientes que son buenas gentes, que me han apoyado”. En algunos casos, compañeras han tenido “suerte” y salen de ese mundo, pero “hay otras muchachas bien bonitas y no tienen esa suerte, duran años ahí”.

Mérida se ha enamorado y ha tenido 19 parejas sentimentales, pero comenta que nunca es bueno enamorarse cuando eres trabajadora sexual porque sabes que nunca va a llegar el amor verdadero. “Hay clientes que terminan enamorándose de ti también, pero pues el lema de las trabajadoras sexuales es: ‘prohibido enamorarse de los clientes’”.

A los 22 años tuvo un trabajo estable en la central camionera de Taxqueña donde duró 9 meses, pero lo dejó porque su jefe la chantajeaba, ella era alcohólica, y cada vez que su jefe la veía tomando (de una anforita que ella mantenía escondida) tenía que tener sexo con él para que no la despidiera. Al dejar ese trabajo volvió a brindar servicios sexuales.

Mérida tuvo 2 hijos, niño y niña. No sabe quién es el padre de su hijo, de ahora 30 años, lo tuvo mientras trabajaba. El tiempo pasó y ella se alejó de todo, se enamoró de un cliente y tuvo a su hija, de ahora 28 años, todo iba planeado, pero el hombre fue detenido y ahora se encuentra en el reclusorio con cargo de robo. Mérida sin dinero, sin saber qué hacer, regresó a las calles.

No siempre usaba condón, enfermedades como la Gonorrea y los hongos los ha padecido. “Hubo un tiempo donde yo me sentía sucia, me metía a la regadera y lloraba, me rascaba, me lavaba abajo, yo quería quitar todo de mí, yo lloraba mucho”. Recurrió a las drogas y al alcohol para alejarse de todo.

Pero la vida de Mérida cambió en Brigada Callejera en apoyo a la mujer “Elisa Martínez”, donde conoció a Elvira, la encargada del lugar.

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Brigada callejera va más allá de dar atención médica y de vender condones y lubricantes abajo costo, ha logrado obtener una licencia para las trabajadoras sexuales. Para reconocer a una trabajadora sexual esta tiene que ser mayor de edad, tiene que documentar su acta de nacimiento, credencial de elector, comprobante de domicilio y de ahí se realiza una encuesta.

Brigada empezó con el trabajo de prevención de VIH Sida, a finales de los 80 y principios de los 90; muchas de las mujeres murieron por la enfermedad. El nombre es en honor a Elisa Martínez, una trabajadora que murió de sida, en aquellos años era muy discriminatorio tener dicha enfermedad.

La enfermedad llevaba una connotación negativa, una etiqueta de que sólo la portaban gays y trabajadores sexuales. Elisa estaba en una fase terminal, no la querían recibir en el hospital; “después de una semana la aceptaron y a los 3 días murió, porque pues ‘prostituta’, ‘sidosa’, desde los médicos hasta las enfermeras, No la atendían, en el mismo plato donde comía la hacían defecar. Cuando muere le dimos un entierro digno porque nadie quiso hacerse cargo de ello”.

Después se empezó a trabajar por los derechos humanos, hacer algo para que no se las llevaran detenidas ya que muchas eran madres y eran el sustento y al llevarlas detenidas no había quién se hiciera cargo de sus familias.

“También hubo un labor de convencimiento para que bajaran el número de hijos, antes llegaban a tener hasta 8 hijos, muchas vivían en los hoteles con sus hijos. Los niños no estaban registrados, no iban a la escuela. Ahorita tenemos 150 hijos de compañeras que están becados”, cuenta Elvira.
Metieron alfabetización, ellos ponen los maestros de primaria, secundaria y preparatoria… hay compañeras que han salido de la universidad o que han estudiado una carrera técnica.

El labor de Brigada está en las calles. Las cosas se complicaron cuando, en el sexenio de Felipe Calderón se promulgó la ley contra la trata de personas, misma que no hace una diferencia entre las mujeres que están ahí por necesidad y las que están siendo obligadas.

Empezaron a hacer operativos muy fuertes, hicieron pasar por menores a chicas y las retuvieron en contra de su voluntad, violando su libertad, por eso se ampararon ante la ley y ganaron, tardamos 2 años y medio.

“Hay mucho abuso por parte de la autoridad Nos han llegado quemadas, golpeadas, acuchilladas”, menciona Elvira, pues, cuando las detienen muchas veces es un pretexto para extorsionar.

El año pasado atendimos cerca de 5, 040, viene chicas de la Merced, de Sulivan, de Tlalpan, de Buena Vista, Iztapalapa y de las zonas que hay ejercicio. Brigada tiene trabajo en 28 estados de la república.

La organización recibe my poco apoyo económico, antes todos los servicios eran gratuitos hasta hace 2 años, ahora se pide una cuota de recuperación: 50 pesos por un examen del Papanicolaou.

Elvira ha sido intimidada y ha recibido amenazas de muerte, “Había un camión como de granalocos, sin placas, dos carros blancos de repente gritaron ‘ahí va esa hija de su puta madre’, eran dos tipos encapuchados y se dejan venir, nos dieron una putiza, a mí y a mi pareja” alcancé a llamar a un amigo que trabaja en naciones unidas, me querían subir a una patrulla pero no pudieron, me dejaron tirada, tal vez creyeron que estaba muerta”.

Son 27 años a cargo de Brigada Callejera, el inicio fue difícil, ir contra las madrotas y los padrotes que pueden tener de 2 a 1500 mujeres, pero aquí sigue, “siendo una piedra en el zapato”, y les muestra a las mujeres, como Mérida, que no está solas.

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“Mérida estaba perdida, los operativos de cuando venían las camionetas la violaban. Fueron 6 meses de tratamiento con acupuntura para que dejara la droga; después terminó su primaria, la prepa y a finales de año terminó su carrera de computo y ahora quiere ir a enfermería “ comenta Elvira.

“Yo antes de conocer a Brigada era ignorante, aquí estudié periodismo, soy del taller Aquiles Baeza, terminé mi primaria y secundaria, aprendí a diseñar ropa, estudié computación... aprendí mucho, has de cuenta que Brigada es una escuela, una amiga, una madre. Nosotros decimos que Elvira es como la madre de las trabajadores sexuales porque nos enseñó a gatear, caminar y no a decir mamá, sino a decir gracias, porque gracias a ella muchas hemos sobresalido y hemos salido adelante y hemos aprendido muchas cosas. Que si no hubiera existido Brigada, ¿qué sería de nosotras las trabajadoras sexuales?” pregunta Mérida.