El calvario de Jaime Montejo, el activista por los derechos de las trabajadoras sexuales que murió por COVID

El calvario de Jaime Montejo, el activista por los derechos de las trabajadoras sexuales que murió por COVID

La última semana de Jaime Montejo es el ejemplo de un sistema sanitario golpeado y con graves dificultades para atender a la población enferma de coronavirus.

Alberto Pradilla

Jaime Montejo, activista social de 56 años, murió a las 3:40 de la madrugada del martes 5 de mayo. Al fallecer estaba solo, como obliga la COVID-19, postrado en la cama 34 de la Torre Quirúrgica del Hospital General de la Ciudad de México. A esa misma hora, atrás de Revolución, algunas de las trabajadoras sexuales a las que Montejo había apoyado con la Brigada Callejera dormían en la calle porque los hoteles cerraron y ninguna administración les ha encontrado una alternativa.

Esa fue su última lucha: tratar de dignificar las condiciones de vida ante la pandemia de uno de los sectores de la población más vulnerables.

“En la zona no ha habido un caso de COVID-19, pero el contagio tuvo que ser en la calle porque no hay otro lugar”, explica Arlen Palestina, integrante de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez. Ella fue la encargada de recoger el cuerpo de Jaime del hospital y trasladarlo al panteón Cipreses, en Naucalpan, estado de México. Atrás quedaba una semana de ingreso y un peregrinaje de centro médico en centro médico buscando alguno que pudiera atenderlo.

La última semana de Jaime Montejo es el ejemplo de un sistema sanitario golpeado y con graves dificultades para atender a la población enferma de coronavirus.

Según explica Daniel Soto, sobrino del fallecido, su tío comenzó sentirse mal hace ya algunas unas semanas. Sin embargo, achacó los síntomas a una gripa. “Tomó sus medicamentos y ya”, dice. Pero el virus es impredecible. Y a Montejo le atacó los pulmones de un día para otro. “Fue muy rápido”, dice su sobrino.

El lunes 27 de abril, el activista no aguantaba más. En el coche, Jaime Montejo, su esposa Elvira Madrid y Daniel Soto. Son las once de la mañana y comienza un largo calvario que terminará en el punto de partida y sin lograr que un hospital lo atienda. Pasarán por cinco centros médicos y regresarán a casa exhaustos y con la salud de Montejo deteriorándose.

Aquel día, la Secretaría de Salud detectó 15 mil 529 contagios y mil 434 fallecidos. La fase 3, la de los contagios generalizados, se había declarado seis días antes.

“Empezamos como a las 11 de la mañana. Llamamos a 15 hospitales privados que aparecían en la página de la Ciudad de México. En ninguno nos podían atender”, dice Soto. Apenas han pasado unas horas desde que Montejo fue enterrado en un panteón de Naucalpan, Estado de México. El sobrino es una de las personas que estuvo en el entierro, celebrado apenas doce horas después del fallecimiento del activista. Horas antes, en metro Revolución, el lugar en el que la brigada instala diariamente un comedor popular para trabajadoras sexuales, se había celebrado un acto de despedida.

“El primer hospital al que fuimos fue el Ángeles. No cobraban la valoración pero no tenían pruebas ni posibilidad de hospitalizar. Nos dijeron que necesitaba hospitalización urgente”, dice Soto.

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De ahí, los tres se desplazaron al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). “Lo dejaron ahí sentado, entre dos horas y media o tres horas. Nadie le hacía caso y él se encontraba mal”, explica.

En ese momento, el activista todavía caminaba por su propio pie, pero le costaba trabajo.

“De ahí fuimos al Gea González. En ese lugar la gente se estaba empujando, había mucha gente moviendo las puertas para entrar, porque no estaban aceptando a nadie”, dice.

Resignados, se dirigieron al Belisario Domínguez, donde les habían dicho que había disponibilidad.

“Todo esto lo íbamos checando con la aplicación, en la que te dicen si hay camas disponibles. Íbamos a lugares marcados en verde pero no nos atendían”, dice.

“En el Belisario tampoco nos atendieron. Ya después de que estuvimos en ese, vimos que tenían un convenio con algunos hospitales del IMSS o del ISSSTE, así que fuimos al Hospital General de Tláhuac, del IMSS”, explica Soto.

“Como no era derechohabiente lo trataron muy mal. Dijeron que aún nos hubiera mandado el presidente no lo iban a atender porque no era derechohabiente. Ahí duramos como una hora o dos, pero ya estaba muy sofocado”.

Ya era de madrugada cuando, agotados, regresaron a su domicilio. Habían pasado 16 horas y Jaime Montejo no había logrado la cama que necesitaba en un hospital.

Al día siguiente comenzó nuevamente la peregrinación. Dice Soto que para adelantar se dirigieron a un laboratorio, donde le hicieron estudios médicos. De ahí se dirigieron al Hospital General. Tenía la oxigenación al 60%, dice Soto, cuando una persona sana tiene un mínimo de 95%.

“No le dieron cama hasta las 12 o la 1 de la madrugada”, explica.

Todo ese rato lo pasó Montejo sentado, enchufado al oxígeno y con la enfermedad avanzando en sus pulmones.

Finalmente, fue trasladado a su habitación. Ahí permaneció hasta su fallecimiento, en la madrugada del martes.

Estuvo ingresado una semana. Hubo días en los que remontaba. Incluso, 24 horas antes de fallecer, pudo ingerir alimentos sólidos. Pero el coronavirus es implacable.

Soto lamenta el trato recibido durante todo el calvario. “Es feo. Ves a tu pariente que se está muriendo, le está faltando el aire y no puedes hacer nada”, dice.

Jaime Montejo nació en Bogotá, Colombia, en 1964. Su activismo en la guerrilla del M-19 le llevó a exiliarse en México. Aquí conoció a Elvira Madrid, con quien se casó y tuvo una hija, así como a su hermana, Rosa Icela Madrid, también activista.

Los tres comenzarán a trabajar por los derechos de las trabajadoras sexuales en la zona de la Merced. El patio de la iglesia de la Soledad fue uno de los primeros lugares de reunión, dice Palestina. Eran los tiempos de otra pandemia, la del VIH. Los integrantes de la brigada, en aquellos primeros años, daban charlas sobre el uso adecuado del preservativo. “Gracias a la brigada se han evitado muchos casos de VIH”, dice la mujer.

En las últimas semanas, la preocupación del colectivo eran las consecuencias del coronavirus en las trabajadoras sexuales. Con el cierre de los hoteles, muchas quedaron en situación de calle. La brigada acordó ayudas con la Ciudad de México, pero Palestina considera que hubo muchos errores en su distribución y lamenta que muchas de las chicas no han accedido a ellas.

En esas estaba, peleando por uno de los sectores más vulnerables de la Ciudad de México, cuando el coronavirus golpeó a Jaime Montejo.

En su despedida, estuvieron el Grupo de Resistencia Francisco Villa y el EZLN. Además, diversas organizaciones sociales, como el Movimiento Migrante Mesoamericano o el Consejo Ciudadano para VIH e Infecciones de Transmisión Sexual emitieron comunicados de condolencia.

“Su legado es la resistencia política, el trabajo en la calle, con organizaciones de base”, dice Arlen Palestina.

“Será recordado como una persona que luchó por los derechos de las trabajadoras sexuales, por la igualdad y la dignidad”, dice Daniel Soto.

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