Oferta sin trabajo: trabajadoras sexuales sobreviven durante la pandemia

Oferta sin trabajo: trabajadoras sexuales sobreviven durante la pandemia

NATALIA ESCOBAR / EMEEQUIS

Su cuerpo ha sido su herramienta de trabajo durante casi 40 años. Unos tenis color rosa, un mallón y un chaleco sustituyeron a los tacones y la ropa entallada que en sus primeros años en el sexoservicio fueron accesorios indispensables. Las sombras color anaranjado brillante colorean sus párpados y resaltan los verdes ojos de Leticia, una trabajadora sexual de 68 años.

En la entrada del metro Revolución, Leticia espera paciente a que llegue algún cliente, parada puede estar hasta nueve horas o más y cuando el cansancio la vence, se sienta debajo de una palma en una banca de cemento, ahí descansa junto con otras trabajadoras sexuales y personas que viven en situación de calle.

Mamá Leti, como le dicen de cariño al ser la más longeva que ejerce el sexoservicio en su punto de trabajo, se había alejado de oficio, no obstante, su situación económica se agravó conforme la pandemia causada el Covid-19 avanzaba y su única opción fue regresar a comercializar su cuerpo.

Leti asegura que una de las cosas más complicadas en el sexoservicio es que los clientes la vean desnuda. Esa situación incómoda se acompaña de una sensación de inseguridad que se incrementa con el pasar de los años, aunque tener claridad de que “en este servicio uno pierde la vergüenza por la necesidad”, como ella señala, ha sido lo que la mantiene adelante.

Oferta sin demanda

El 23 de marzo del 2020 se decretó la Jornada Nacional de Sana Distancia, dicha medida buscaba mantener en casa a miles de mexicanos con el objetivo de que los contagios por Covid-19 no fueran de manera acelerada y saturaran los hospitales, pero para las personas que trabajan en la informalidad las calles son sus centros de trabajo, el confinamiento no era una opción.

La organización civil Brigada Callejera en Apoyo a la Mujer Elisa Martinez AC, que desde hace más de 30 años defiende los derechos de las trabajadoras sexuales, ha documentado el incremento del sexoservicio en la vía pública.

La pandemia duplicó el número de trabajadoras sexuales en las calles de la Ciudad de México. Antes del Covid-19 se contabilizaban cerca de 7 mil 700 trabajadoras, la cifra más reciente suma 15 mil 200. El conteo es parte de un diagnóstico que implementó la Brigada Callejera y, de la cifra total, la organización estima que el 40% son mujeres que habían dejado el trabajo sexual, pero han tenido que regresar a las calles; otro 40% son mujeres que iniciaron a raíz de la crisis; y el 20% restante representa a las que no están en un punto específico, es decir, caminan en vía pública buscando clientes.

Leti pertenece al 40% de mujeres que regresaron a ejercer el trabajo sexual en la vía pública, también es parte del porcentaje que camina en busca de clientes, “como ya soy una persona adulta mayor me cuesta mucho trabajo ganar dinero, a veces me voy con un servicio o a veces me la paso días sin nada, solo saco lo de los pasajes y otras veces ni eso, tengo que pedir prestado aquí (en la calle) para regresarme a mi casa. Por la pandemia han regresado muchas (mujeres), varias más maduras y tenemos que buscarle con más calma, está canijo”.

Un rato es un servicio sexual que incluye sólo la penetración por un lapso corto, máximo 15 minutos. Al momento de la entrevista, Leticia llevaba 8 días sin realizar un rato, su último cliente le había pagado 150 pesos. Preocupada, la trabajadora sexual menciona que sobre la avenida Puente de Alvarado, la zona donde trabaja, existe mucha drogadicción y que llegan a ofrecer un servicio sexual hasta en 50 o 60 pesos, “por fumarse una piedra se venden barato”, menciona Leti.

La paciencia y las palabras son las principales herramientas de una trabajadora sexual de la tercera edad. Leticia hace uso de esos atributos y cuando camina en su zona de trabajo ya sabe reconocer a quienes buscan servicios sexuales, ya sean jóvenes u hombres adultos mayores. Ella usa la misma fórmula: “soy cariñosa y amorosa, les digo que los voy a tratar muy rico si vamos al hotel, a veces tengo que casi rogarles y decirles que no he trabajado y no tengo para comer, a veces se animan, otras no, pero el intento se hace”.

Con orgullo, Leti menciona que ella usa condón en cada uno de los servicios y no sabe qué es una enfermedad de transmisión sexual pese a que los primeros años que ejerció no se usaba esa protección. En tiempos de Covid sumó a su cuidado personal el cubrebocas, el gel antibacterial y, al igual que cuando era joven, ha implementado un servicio de la cintura para abajo, sin permitir que la saliva del cliente roce alguna parte de su cuerpo: “nunca me ha gustado que me babeen, pero ahora menos, así me cuido”.

Negativa de apoyos sociales

Elvira Madrid, presidenta de Brigada Callejera, señala que pese al aumento en la oferta del comercio sexual en la vía pública la demanda no crece, “el confinamiento ha provocado que los clientes no lleguen o si lo hacen ofrecen una cantidad de dinero mucho menor a la que pagaban antes de la pandemia”, menciona la activista.

La Brigada Callejera fomenta el compañerismo, la solidaridad entre las trabajadoras sexuales y el reconocimiento de los derechos de las personas que se dedican al sexoservicio. En 2014, luego de un juicio de amparo promovido por el despacho jurídico Tierra y Libertad, se obtuvo el reconocimiento del trabajo sexual como una actividad legal y constitucional. La Sentencia del Juicio de Amparo 112/2013 obliga al gobierno capitalino a reconocer como trabajadoras no asalariadas, a las/los trabajadoras/es sexuales que laboran en la Ciudad de México otorgando el derecho de formar un sindicato y acceder a apoyos gubernamentales bajo la figura de no asalariadas.

La Brigada Callejera realizó en marzo de 2020 varias mesas de trabajo con la entonces secretaria del gobierno capitalino, Rosa Icela Rodríguez, con el objetivo de que las 7 mil 700 trabajadoras sexuales de las que tenía registro la organización accedieran a un apoyo económico para enfrentar la pandemia.

Elvira Madrid asegura que se había pactado con el gobierno de Claudia Sheinbaum un apoyo de seis meses equivalente al monto del seguro de desempleo, no obstante, en su lugar llegaron tarjetas con mil pesos que solo se podían gastar en especie, el mismo apoyo que fue destinado a personas contagiadas de Covid-19. Del programa específico para las personas que se dedican al sexoservicio no se dio ninguna razón, y menos de la mitad de las trabajadoras sexuales registradas accedió a la tarjeta de mil pesos, “su supuesto apoyo fue una burla, dieron migajas a las compañeras trabajadoras sexuales”, denuncia Madrid.

Tlalpan: el sexoservicio transgénero

Las luces de los automóviles y el sonido de los motores que pasan por la vía rápida forman parte de la cotidianidad que Doris afronta todas las noches desde hace 32 años. La avenida Tlalpan, en una esquina cercana a un parque, es el lugar donde se para la trabajadora sexual transgénero; ella odia los tacones, pero sabe que es el calzado favorito de sus clientes.

Previo a la contingencia sanitaria, entre cinco y seis personas la contrataban cada día para realizar un servicio sexual completo; en un lapso de cinco horas, Doris ya había terminado su día de trabajo, pero ahora puede pasar ocho horas parada sin que un cliente ocupe sus servicios. “Antes de la pandemia ganaba aproximadamente mil pesos a la semana, ahora pueden ser 300 a la semana o a veces nada”.

Un servicio completo entre las trabajadoras sexuales transgénero incluye la penetración y el sexo oral que se cobraba en un promedio de 500 pesos; en tiempos de pandemia, por el mismo servicio, los clientes le han ofrecido a Doris entre 100 o 150 pesos. “Antes podías cobrar a 150 pesos el puro sexo oral, ahora nos dan 80 o hasta 50 pesos, es muy poco, pero tenemos que sobrevivir”, lamenta Doris.

El gobierno de la Ciudad de México cerró los hoteles tras decretarse el inicio del confinamiento, sin embargo, el que no estuvieran abiertos dichos establecimientos no impidió el sexoservicio y Doris explica que en ese momento ella y otras trabajadoras sexuales que ejercen sobre la avenida Tlalpan hacían uso de calles, callejones, coches y jardines públicos para realizar sus servicios y, aunque ahora los hoteles están abiertos, los clientes se niegan a pagar el hotel y no queda más opción que trabajar en la vía pública.

Doris describe a las personas que señalan por motivos de género: “quienes discriminan a las chicas trans están en la época de los cavernícolas, aun así seguimos padeciendo la transfobia y ahora el abandono de las autoridades, no les importamos”.

Unas botas con tacón alto de color rojo combinan con el top de escote pronunciado, en todo momento mantiene una sonrisa que provoca que sus ojos se rasguen y sus largas pestañas toquen sus cejas. El frío invernal provocó que Doris se enfermara, por momentos le hace falta la voz, “hace unos meses me dio neumonía, me tapo con abrigos, pero aquí quien no enseña no vende y es parte de mi arreglo”, menciona.

Doris conoce el trabajo de Brigada Callejera desde que se inició en el sexoservicio y concuerda con la organización al promover la unidad entre su gremio para sobrevivir a la pandemia, ella ha sido beneficiaria de las despensas otorgadas por la Brigada de manera independiente en las que, al no llegar apoyos de programas sociales, la organización civil invirtió sus recursos para comprar 10 mil 650 despensas que entregaron de abril a diciembre del 2020.

La Merced: la panacea del comercio sexual

Esmeralda llegó a las calles de la Merced a los 19 años; recién había enviudado y con un hijo pequeño enfermo, el dinero que ganaba como empleada en una tienda naturista no era suficiente para costear sus gastos. Desesperada y llorando en una banca en el parque de la alhóndiga encontró a una señora que le mencionó que siendo tan joven podía ganar más dinero, la sugerencia era ofrecer el sexoservicio, la necesidad mitigó la vergüenza y empezó a ser trabajadora sexual.

La calle de Emiliano Zapata, a un costado de una iglesia y debajo de un faro, es el punto donde Esmeralda ofrece el servicio sexual. En la zona de la Merced se puede cobrar 250 pesos por rato, 100 pesos son para el hotel y 150 para la trabajadora sexual. En un día bien trabajado la joven de 24 años podía realizar hasta 9 ratos, pero en lo que va de la pandemia lleva la cuenta de los días que ha regresado a casa sin haber trabajado: “me he ido en blanco 50 días”, lamenta la joven.

La convivencia entre las trabajadoras sexuales que rodean la zona de trabajo de Esmeralda es cordial, aunque en un inicio era inusual que una chica trabajara en punto donde la mayoría son adultas mayores; ella asegura que al ser tranquila y solo ir a trabajar se ha ganado la confianza de las sexoservidoras más longevas.

En su arreglo personal Esmeralda prefiere estar cómoda, no le gusta usar vestidos cortos, pero sí traer huaraches o zapatos de piso, los tacones no son opción al estar parada o sentada en un punto más de 8 horas, que es su rango de tiempo de trabajo.

Esmeralda es una mujer que posee caderas grandes y unas largas pestañas naturales, un par de arracadas y un dije de la Santa Muerte que cuelga de su cuello nunca faltan entre sus accesorios, y aunque los días que no obtiene ingresos en el sexoservicio los tiene contados a detalle, no se desanima. En sus ratos libres estudia para poder presentar el examen único y acreditar la preparatoria.

El “Coronasutra” ha sido sugerido entre las trabajadoras sexuales como una alternativa de posiciones en las que el contacto en el acto sexual tiene una distancia considerable, de este modo el riesgo de contagiarse de Covid-19 puede aminorar. “Yo prefiero una posición donde esté empinada para no tener contacto cara a cara con el cliente, además exijo que se pongan cubrebocas”, explica Esmeralda

Las lecciones que ha dejado la pandemia

El impacto económico y social que ha dejado la pandemia ha afectado severamente a las personas que se dedican al trabajo sexual, no importa si se es joven, adulta mayor o mujer transgénero, todas han perdido algo.

Doris estima que sus ingresos disminuyeron hasta en un 90% y la falta de recursos ha provocado que ella y sus compañeras se depriman o consuman drogas, “para mí ser mujer transgénero significa ser libre y auténtica, aunque nunca pensé que a mis 49 años iba a tener que vivir de pedir prestado y empeñar las pocas cosas que tengo. Yo entiendo que todas queremos olvidar lo mal que la estamos pasando, el alcohol es un escape, pero a la vez una cárcel, por ejemplo, hace poco una compañera quedó tirada en la avenida, sin dinero, sin celular, pero ahogada en alcohol, ahí qué les dices o cómo las apoyas si estamos desesperadas”.

Esmeralda lleva más de un año sin ver a su hijo, él vive en el estado de Guerrero, ella ha decidido no visitar a su familia debido a que en el trabajo sexual convive con mucha gente y teme que la puedan contagiar de Covid-19 y afectar a su familia si la visita.

La muerte provocada por el Covid-19 ha terminado con los ritos funerarios, las familias enfrentan por separado el duelo, la pandemia incluso ha modificado el orden natural de la vida y las madres han tenido que recibir las cenizas de sus hijos. Hace un mes el hijo mayor de Leticia se contagió del virus SARS-CoV-2 y al cabo de unos días murió en su casa; considerando que su madre es adulta mayor, él determinó no decirle sobre su condición y antes de morir dejó la instrucción de que se hiciera una pequeña urna de metal y dentro de ella se depositaran parte de sus cenizas. La Covid no permitió que madre e hijo volvieran a cruzar palabras en persona, pero el dije que cuelga del cuello de Leti tiene grabado un mensaje que su hijo le dejó: “siempre juntos”.

Los verdes ojos de Leti derraman algunas lágrimas mientras expresa que es lo más complicado que ha enfrentado durante la pandemia: “la muerte de mi hijo es el golpe más duro que he enfrentado, pero a pesar de todo sonrío y hago todo lo posible para llevar un centavo a casa”.

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