Misoginia: el nuevo activismo

Misoginia: el nuevo activismo

Valeria López Vela

Es momento de insistir en que el sexismo y la misoginia son endémicas en el mundo entero. Sin que importen las coordenadas geográficas ni políticas, las mujeres de todo el mundo vivimos en condiciones más difíciles y desiguales que los varones.

Pensemos en el caso de la pandemia, ONU Mujeres ha señalado que “los impactos de las crisis nunca son neutrales”; específicamente, para las mujeres esto se ha traducido en que más mujeres han perdido su empleo o han visto reducido su salario; la deserción escolar ha sido mayor en niñas que en niños; también las labores de cuidado —niños, enfermos, adultos mayores y necesidades domésticas— recayeron en las mujeres.

Pongamos un ejemplo concreto, en la Ciudad de México el número de sexoservidoras creció 50% durante la pandemia, de acuerdo con datos de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”. Y, en contra de los defensores de la “violación remunerada”, este incremento no responde al descubrimiento de su verdadera vocación sino, claramente, a necesidades económicas.

A pesar de estos datos, la ceguera institucional de varios gobiernos —manifestada en la ausencia de medidas de apoyo específicas para las mujeres— me hizo recordar el texto de Gail Ukockis: Misoginia, el nuevo activismo (Oxford, 2018).

El libro analiza los contextos sociales de la misoginia, como la masculinidad tóxica y la cultura de la violación. Traza, además, la historia de la misoginia y considera su significado hoy: qué es nuevo y qué es viejo.

Parte de una primera distinción entre sexismo y misoginia; el primero es el prejuicio o discriminación por razón de sexo, especialmente contra mujeres y niñas. Mientras que el segundo es, llanamente, el odio hacia las mujeres.

La presencia de la misoginia es variada y se expresa en varios niveles: desde el liderazgo nacional hasta las interacciones diarias en el hogar, el trabajo y en la sociedad en general. Las políticas públicas y las acciones de gobierno no son ajenas a este fenómeno; se manifiestan desde declaraciones y protecciones patriarcales hasta en las omisiones en la implementación de medidas específicas en las crisis, como la pandemia actual.

En ese sentido, los gobiernos han sido omisos en dos sentidos; primero, fallaron, pues no crearon medidas de protección contra las cargas sociales desencadenadas por la pandemia que recayeron en las mujeres.

Incluso, hubo gobiernos que alentaron que el cuidado de los enfermos y los niños estuviera a cargo de las mujeres, en contra de la idea de igualdad y evadiendo sus responsabilidades para implementar un sistema integral de cuidados.

La segunda omisión fue la negativa a crear beneficios específicos que apoyaran. No ha habido medidas de nivelación que amortigüen los daños de los que he hablado antes.

En mi opinión, esta doble ausencia no es casual, sino la expresión de la misoginia vigente en nuestro mundo.

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