El golpe del COVID-19 a las sexoservidoras: bajaron los clientes y el dinero, pero la explotación no
Alicia Mireles
Camila (38) había dejado la prostitución casi un año antes del azote de la pandemia en México. En 2019 emprendió un negocio de comidas que iba viento en popa. Pero fue uno de los miles que tuvo que cerrar a causa de la crisis económica derivada del virus. Se vio obligada a volver a su antiguo oficio. Y ahí también ha experimentado el crudo golpe de la enfermedad, aminorado en medida de lo posible por una iniciativa que cada mes entrega despensas a trabajadoras sexuales como ella.
Las personas dedicadas al trabajo sexual en México han sido uno de los sectores más afectados por el COVID-19. Un grupo de por sí ya invisibilizado, en la normalidad que conocemos previo a la pandemia, que ahora es gravemente vulnerado en varios sentidos. El económico el más grave.
El número de trabajadoras sexuales –cis y trans–, tan solo en la capital del país, se duplicó en el último año. Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” estima que, mientras antes de la epidemia se contabilizaban unas 7.700 trabajadoras, actualmente suman hasta 15.200. De las agregadas, el 40% son mujeres que habían dejado el trabajo sexual; otro 40% iniciaron a consecuencia de la crisis; el otro 20% son las que no están en un punto específico.
Ese representa también un daño colateral que el SARS-CoV-2 deja al sector. Y es que mientras la demanda bajó, por el confinamiento y la consecuente crisis económica, la oferta se disparó cuando a muchas de estas mujeres no les quedó de otra más que recurrir al sexoservicio, tras haber perdido sus trabajos habituales y no lograr conseguir otro empleo. Eso hizo que se aminoraran los costos dentro de ese oficio.
“Bajaron las tarifas bastante”, cuenta Camila a Infobae, “hay mucha competencia (...) hasta adolescentes salieron a trabajar”. Su caso retrata exactamente la crisis que la epidemia significó al sector. Aunque aclara que no regresó por completo al sexoservicio. Y es que ella, ante la demanda de insumos en el contexto del virus, empezó a confeccionar cubrebocas. También se llevó a trabajar con ella a otras de sus compañeras del sexoservidoras a quienes simplemente no les alcanzaba lo que estaban sacando.
Ante ese panorama, la asociación Tejiendo Pueblos, que nació tras el devastador sismo de 2017, ha dedicado todos sus esfuerzos del último año a reunir donaciones y poder financiar el mayor número posible de despensas básicas con las que buscan apoyar a las trabajadoras sexuales que prácticamente se han quedado sin qué comer.
“En mayo del año pasado empezamos a buscar donativos para entregarles despensas”, cuenta a Infobae Raúl Velázquez (40), fundador Tejiendo Pueblos, “y esa se ha convertido en nuestra principal iniciativa”. Desde entonces han entregado ya unas 600 despensas (50 por mes), cada una con 16 productos. “Sabemos que no las vamos a sacar de la crisis con esto, pero es un poquito para ayudar a que la sobrelleven”.
Camila cuenta que, ahora que volvió al trabajo sexual, los servicios que hace son “con clientes de mucho tiempo y que pagan bien, o que no corro peligro (con ellos)”.
Precisamente, ese último factor, es uno de los más alarmantes para ese sector, que se ha detonado por la pandemia. Al verse en una situación más precaria en cuanto a clientes y pago, estos abusan de ellas. Se rehúsan a usar protección durante la actividad sexual. Incluso las violentan sexualmente o las golpean. Otros más hasta se van sin pagar.
“Bajo el dinero, pero lo demás no”, cuenta Francisca Dorantes (63), una mujer trans que se dedica a la prostitución desde su infancia, “con esto de la pandemia no tienen dinero, ya los hombres no quieren pagar lo mismo”.
Los datos de Brigada Callejera apuntan a que el impacto económico del Covid para las trabajadoras sexuales ha significado la reducción de hasta un 95% en el ingreso de las adultas mayores y de un 80% para las que son jóvenes. Y la situación del 80.3% de ellas (Conapred) se agrava ya que de su salario dependen más de dos personas.
‘Paca’, como fraternalmente la llaman sus compañeras, lleva 22 años prostituyéndose en la capital mexicana, en la zona de Tlalpan. Cuenta que eso ha sido posible por el apoyo que durante todo ese tiempo ha recibido de Brigada Callejera. Ahora ella es una de las mujeres que aprovecha la entrega de despensas que esa asociación, junto con Tejiendo Pueblos, realizan.
El costo por servicio, dice resignada, ahora depende del cliente. “Hay unos que dicen ‘traigo tanto, ¿puedes ir?’, (contesto) vamos vete ahí a lo oscuro”.
Además de la búsqueda de donaciones, desde Tejiendo Pueblos buscan hacer consciencia inmediata sobre la problemática que las trabajadoras sexuales están atravesando en este momento en todo el país. Crisis que ni siquiera tiene visibilización, ni en las acciones del gobierno, ni en el imaginario ciudadano.
En tanto, una entusiasmada Camila se conforta con un plan que le hace bastante ilusión: “Quiero emprender un taller muy grande para poder ir sacando a las compañeras, que vean que hay otros horizontes, otras oportunidades”.
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