Volver a la esquina. Se duplica el número de trabajadoras sexuales en total desprotección
Gloria Muñoz y Erika Lozano
Tras un año de pandemia, los ingresos de las trabajadoras sexuales en México bajaron hasta en un 90%, lo que las coloca en una situación de absoluta precariedad y “en constante peligro de muerte”, según datos de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez. De hecho, explica Elvira Madrid Romero, directora de esta organización que “muchas han fallecido no sólo por la Covid-19, sino de enfermedades que en años anteriores eran más fáciles de atender”. Ahí están los casos de Mariana, trabajadora que murió por una infección de muela que le atravesó el nervio; y Elizabeth, quien perdió la vida por la falta de un hospital para operarse de la vesícula. Ambas en este año 2021. Aunado a esto, asegura Madrid, la violencia en su contra se ha agudizado.
“Resistir para no morir”, se llama la campaña que echó a andar la Brigada Callejera que, a grandes rasgos, consiste en no esperar nada del gobierno y fomentar el apoyo mutuo entre las trabajadoras. El mensaje es el siguiente: “si tienes ropa en buenas condiciones, medicamento, comida, tráelo para dárselo a una compañera”. Así, explica la socióloga que acompaña el trabajo sexual desde hace casi 30 años, es como están sobreviviendo quienes “no viven ni al día”.
Resulta paradójico, y al mismo tiempo explicable, que debido a que la crisis sanitaria detonó una crisis económica, aumentó el número de las mujeres que se dedican a este oficio, a pesar de recibir por ello muchos menos ingresos. El censo de la Brigada Callejera, de febrero del 2020, registró en Ciudad de México, a 7, 200 trabajadoras sexuales, y para agosto de ese mismo año, ya había 15, 200, es decir, un aumento del 100%. Lo que ocurre, señala la entrevistada, es que “muchas se habían retirado de las calles y habían puesto algún negocio, pero quebraron durante la pandemia, y ¿quién aguanta tantos meses sin poder abrir? El 40% de ellas regresó a su esquina; otras son personas que se quedaron sin trabajo y por primera vez le entraron a esta actividad; y otras son amas de casa que no se consideran trabajadoras sexuales, y ellas nos preocupan mucho porque se están infectando de VIH”.
Elvira Madrid es fundadora, junto con Jaime Montejo, su compañero de vida y de lucha, de la Brigada Callejera, organización que apoya el trabajo sexual en los barrios más pobres de la Ciudad de México y en otros estados del país, como Chiapas y Jalisco. Justo hace un año, el 5 de mayo, Montejo perdió la vida a causa del coronavirus que, posiblemente, contrajo en las calles apoyando a las trabajadoras con comedores comunitarios. Pero “Jaime no murió, el gobierno lo mató”, gritaron sus compañeras en la movilización del Día del Trabajo, debido a que el activista no recibió la atención médica que podría haberle salvado la vida. Fue rechazado en siete hospitales por falta de cupo, según confirma Elvira Madrid, quien deambuló con él durante dos días y también contrajo el virus.
Movilización de trabajadoras sexuales en el Día del Trabajo en las calles del centro histórico de la Ciudad de México / Foto: Gerardo Magallón
Jaime, Elvira y otras integrantes de la Brigada repartieron despensas casi desde el inicio de la contingencia. Tan sólo en 2020 distribuyeron 10,200, más los apoyos económicos para que las trabajadoras sexuales completaran el pago de la renta de sus viviendas, pues muchas fueron echadas de los hoteles de paso en los que vivían y trabajaban, en zonas como La Merced, Colonia Obrera o avenida Tlalpan, entre otras. Al mismo tiempo, muchos de sus hijos dejaron de estudiar porque no tienen televisión, y menos una computadora con acceso a internet, que requiere la educación a distancia.
Betza y Estrella, nombres ficticios para trabajar, padecen una situación económica difícil. Betza tiene 32 años, de los que ha pasado 10 en las calles del barrio de la Merced. Mantiene a su hijo, a sus padres y a su pareja, pero el trabajo para ella ha caído en un 80%. Constantemente recibe insultos y extorsiones de la policía. “¡Puta barata!”, le gritan a su paso. Y ahora se siente más discriminada por continuar trabajando. “Me dicen que los puedo contaminar, pero yo cumplo con las medidas sanitarias y me protejo”, precisa. “Hay clientes que les incomoda la mascarilla y me piden que me la retire. Y, pues, me la quito”.
A Betza su “representante” le comunicó que había un virus, pero, dice, “pensé que era un mito. Empecé a creer que era verdad cuando todos se comenzaron a guardar en sus casas, y empezó a verse poca gente en la calle”. Acostumbrada a vivir en un clima de violencia, Betza lamenta que la policía no la cuide y que, por el contrario, la hayan golpeado, amenazado e insultado. “Para el Gobierno, no valemos nada, por eso nos ofrece mil pesos (unos 50 dólares) para tres meses, porque hay desprecio”.
Estrella tiene 40 años y es una de las miles de migrantes internas que llegan a la Ciudad de México en busca de oportunidades. Nació en el estado norteño de Zacatecas, y mantiene sola a tres hijos de 7, 4 y 2 años de edad. En época normal tenía hasta siete clientes al día. Ahora, apenas llega a uno por día. Trabaja, además, como empleada doméstica y gana 80 pesos diarios (menos de cinco dólares). Teme que su trabajo “se va a acabar”.
Día de la mujer trabajadora
Las calles del centro histórico de la Ciudad de México volvieron a ser tomadas este año por las trabajadoras sexuales en ocasión del Día del Trabajo. Hace un año interrumpieron su movilización por la pandemia, pero este primero de mayo la retomaron con cubrebocas, distanciamiento y demás medidas sanitarias. No podían quedarse en casa. “Ya no”, dice Sandra, quien todavía hace servicios en algún rincón de la calle o en el automóvil del cliente. Se cuida, dice, con mascarilla, gel antibacterias y sin besos. En cambio Laura, de 40 años, lleva cinco trabajando en las calles del centro histórico, y ha tenido que decir basta desde que se declaró el estado de emergencia sanitaria en México. No por voluntad propia, sino a causa del cierre de los hoteles. Vive en el municipio de Chalco, estado de México, uno de los de mayor contagio de todo el país. Tiene dos hijos que no saben a qué se dedica y que dependen económicamente de ella. De un día para otro se quedó sin dinero para comida, azúcar, jabón, gas, luz y alquiler. Ahora, con el dinero que gana con la venta de cosméticos por catálogo come “un día sopita, otro día frijoles, y una vez a la semana, pollo”.
Hoy, junto con la Brigada, Sandra continúa defendiendo sus derechos como trabajadora. “Les guste o no les guste”, dice Elvira Madrid, “ya se obtuvo el reconocimiento del trabajo sexual como “no asalariado de la vía pública”, al menos en la Ciudad de México, y seguiremos dando la batalla hasta que se dé el reconocimiento en todo el país”.
Movilización de trabajadoras sexuales en el Día del Trabajo en las calles del centro histórico de la Ciudad de México / Foto: Gerardo Magallón
Del gobierno, coinciden Sandra y Elvira, “no esperamos nada, pero de la sociedad esperamos más solidaridad”, e insisten en la falta de respuestas y discriminación por parte del gobierno de turno, del partido que sea. “Las están matando en vida, no encuentran solución. Hace dos meses lanzamos un diagnóstico para que voltearan a ver la situación de las trabajadoras sexuales, pero no pasó nada, nadie se acercó a ver qué se necesitaba, nadie volteó a verlas. Vemos todo ese odio que cargan hacia ellas”, lamenta Madrid Romero.
El único apoyo recibido por parte del gobierno fue una tarjeta de mil pesos para tres meses. La situación es alarmante. La Brigada publicó, a finales de 2019, el informe “Mujeres de Honduras, Guatemala, Nicaragua, Cuba y migrantes internos en el trabajo sexual, en México”, con un listado de 30 indicadores para medir la violencia hacia las trabajadoras sexuales. Debido a la actual emergencia sanitaria, se ha detectado un incremento en, al menos, 21 de esos indicadores, entre los que destacan la violencia institucional y económica. Según La Brigada “ante la prohibición del comercio sexual, el crimen organizado y los delincuentes de barrios donde había trabajo sexual son los que han ‘acogido’ a trabajadoras sexuales, haciéndolas además víctimas de violencia, extorsión, robo, violación y privación de libertad”.
La Brigada Callejera da cuenta del aumento “del señalamiento y estigmatización de las trabajadoras sexuales, ya que no pocos sectores de la población, de los grupos políticos gobernantes y de la prensa mexicana, las consideran un grupo que contagia el covid-19 a sus clientes”. El comercio sexual no ha desaparecido a pesar de la pandemia, y ha aumentado la extorsión de funcionarios públicos, que exigen mayores cuotas a cambio de dejarlas trabajar. Paralelamente, continúan los asesinatos y desapariciones de estas mujeres en todo el país.
“La autoorganización ha sido la mejor respuesta de las trabajadoras sexuales ante la amenaza de contagio de la covid-19”, subraya la Brigada Callejera, y esto les ha permitido coordinar comedores y colectas de víveres, medicamentos, colchonetas, cobijas y dinero para las más desprotegidas. Justo en esas tareas falleció Jaime Montejo, a quien se le dedicó la movilización del primero de mayo, pues, como como se leía en las mantas de sus compañeras en la marcha del Día del Trabajo, «murió en la línea».
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