La factura de salud y de vida que pagan las mujeres trans por cirugías mal hechas

La factura de salud y de vida que pagan las mujeres trans por cirugías mal hechas

Verónica López disfrutaba mostrar su cuerpo, por el que había pagado miles de pesos a una “cirujana” en una clínica de Guadalajara, Jalisco, quien le inyectó supuestamente “colágeno vitaminado de París” para aumentar sus glúteos, pero resultó ser una sustancia no apta para su uso en humanos. A lo largo de su vida fue bailarina, fichera, vedette y trabajadora sexual, hasta que comenzó con problemas de salud.

Con 58 años, Verónica es una de las 300 mujeres trans que son atendidas por médicos de la asociación civil Brigada Callejera Elisa Martínez por diversas afectaciones, resultado de procedimientos estéticos realizados de manera negligente. Algunas de ellas fueron inyectadas con aceite de cocina, aceite de carro, biopolímeros y otras sustancias que afectan diferentes tejidos y órganos de sus cuerpos, produciendo lesiones.

Hasta la fecha, Verónica desconoce qué fue lo que en realidad le inyectó Miriam Yukie Gaona, apodada La Matabellas, quien se ostentó como cirujana durante varios años, y practicó procedimientos estéticos irregulares a decenas de mujeres en una clínica de Guadalajara, hasta que en 2002 fue condenada a 12 años de prisión, por lo que estuvo recluida en Puente Grande, por los delitos de lesiones y usurpación de funciones.

Sin embargo, no todas las afectadas por procedimientos estéticos han visto a las personas que las lesionaron ser sancionadas. La mayoría de ellas, por desconocimiento, por miedo o por falta de recursos económicos no inicia procesos legales por los daños. Otras, que han decidido denunciar, aseguran que las autoridades las han desmotivado, diciéndoles que se meten con personas poderosas que tienen mucho dinero, o sus casos no llegan a judicializarse.
“Los modelantes son una oportunidad de aumentar sus ingresos económicos”

Virginia Tenango es médica cirujana de la Brigada Callejera, donde realiza colposcopías, papanicolaus y trata a mujeres trans con daños por el uso de modelantes, como denomina a las sustancias no aptas que son introducidas en sus cuerpos.

Tenango explica que los casos que han atendido en la organización muestran una tendencia de que las mujeres transgénero y cisgénero que recurren a estos procedimientos tienen entre 15 y 30 años. En el caso de las trabajadoras sexuales, buscan “tener mayor oportunidad de que aumenten sus ingresos. Entre mejor se vean es mayor el ingreso, además de que disfrutan verse bien”.

Verónica comprobó que el tener un cuerpo “modelado” era sinónimo de mayor éxito entre las vedettes y trabajadoras sexuales. Después de inyectarse tuvo varias giras de presentaciones en las que al final, recuerda, los clientes la invitaban a cenas y viajes en lugares lujosos, le daban regalos y la trataban “como reina”.

Pero todo acabó en un viaje a Acapulco, Guerrero, donde tendría una presentación. “Yo quería ir al mar a posar el cuerpazo, y como iba desvelada me acosté en la arena y me dormí, y ay, dios mío, cuando me paré tenía las piernas hinchadísimas y calientes. No me pude mover y pedí ayuda. Volví inmediatamente a la capital y me empezaron a dar analgésicos, pero mi cuerpo cambió, se puso negro y duro como piedra”.

Desde hace 13 años, cuando comenzó con las molestias en las piernas y glúteos, dejó de bailar y volvió a las calles a ejercer el trabajo sexual, hasta que las úlceras que tenía se abrieron y comenzaron a supurar.

“Mi piel estaba abierta, pelada, de color negro, blanco y verde. Cuando me vi, empecé a gritar como loca, me puse muy mal y me llevaron a varios hospitales, pero en ninguno me querían recibir”, recuerda.

Al llegar al Hospital Rubén Leñero, en la Ciudad de México, Verónica le pidió a la amiga que la acompañaba que la dejara ahí afuera, que en algún momento tendrían que atenderla. Pasó la noche tirada en la calle, hasta que finalmente salieron un par de médicos para revisarla y la internaron en un área aislada, debido a que, por el nivel de infección que tenía, ponía en riesgo a otros pacientes.

Estuvo hospitalizada año y medio, a lo largo del cual la intervinieron en 17 ocasiones: tenían que ingresarla a quirófano para que le retiraran trozos de piel muerta e infectada, y recibiera tratamiento para la cicatrización y la anemia que tenía. Debido a que tuvo la piel de las piernas y los glúteos expuesta, además fue necesario que le colocaran una colostomía —abertura en el vientre para que las materias fecales puedan salir del cuerpo con ayuda de una prótesis—.

“Fue muy difícil todo ese procedimiento que viví, muy doloroso. A los dos años me curé y me quitaron la colostomía. Aún con bastón, salía yo a trabajar a la calle con mucho cuidado, aunque ya no podía tener coito con los hombres, solo sexo oral y que me tocaran, porque me daba miedo volverme a infectar. Todo iba bien hasta 2020, cuando me puse mal, porque las úlceras reaparecieron”.

Se quedó sin trabajo, y no tenía dinero para comprar comida o pagar los servicios de la luz y el gas, tampoco para comprar materiales de curación que le permitieran limpiar las llagas que se le abrieron en las dos piernas.

Fue hasta que conoció el trabajo de Brigada Callejera, organización dedicada al apoyo legal, médico, psicológico y con alimentos a trabajadoras sexuales, que su vida cambió: la doctora Virginia comenzó a tratar sus heridas, le dieron medicamentos para seguir un tratamiento, una despensa y la apoyaron para que le reconectaran los servicios de gas y luz en su casa.

Aunque no puede volver a trabajar, dice que lo que recibe por parte de la organización, y por la beca que tiene del gobierno federal para personas con discapacidad, le alcanza para vivir modestamente.

Las lesiones físicas han ido sanando poco a poco. Con apoyo de Brigada Callejera consiguió ser atendida por el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, pero Verónica dice que las afectaciones psicológicas son insuperables: “Me veo al espejo y a veces me doy asco, de ver mi cuerpo echado a perder”.

Un problema que aumentó con la pandemia

Elvira Madrid Romero, directora de la organización Brigada Callejera, afirma que la pandemia agravó el estado de salud de muchas mujeres transgénero que tienen problemas por el uso de modelantes, pues quienes eran atendidas en hospitales públicos vieron interrumpidas sus citas y tratamientos, y otras, que por primera vez acudían a buscar ayuda, no eran recibidas ante la alta demanda de atención. En la organización que coordina, las solicitudes de apoyo médico crecieron 270% en año y medio.

“Empezamos a ver la situación más crítica, algunas llevaban meses sin atención médica cuando llegaron aquí. Teníamos filas de gente en esa situación, porque se empezó a correr el rumor de que estábamos dando buena atención y canalizándolas (a hospitales), porque veíamos que tenían la piel abierta y podrida, olían mal las heridas y tenían mucho dolor”, detalla.

Al igual que Verónica, Naomi y Marieta también llegaron en plena pandemia a pedir apoyo en Brigada Callejera para que las atendieran por lesiones causadas con modelantes.

Naomi Heredia, mujer trans, cuenta que hace 27 años empezó a inyectarse aceite de cocina. De acuerdo con la persona que le hizo el “tratamiento”, esta sustancia haría una “base” en su cuerpo, para posteriormente introducirle el biopolímero.

“Es algo que hacemos por vernos bien, y a lo mejor al momento que te lo pones se ve bonito, pero al paso del tiempo vienen estos problemas. Ahorita a mi me ha costado mucho vivir con dolores, a veces ni duermo”, explica.

Hace ocho meses comenzaron las secuelas por el tratamiento estético que se realizó. Tuvo cáncer testicular, y el químico utilizado en las quimioterapias atacó al biopolímero, lo que provocó que se le formara una llaga.

“Yo no podía tomar ningún medicamento, porque si lo hacía perdía efectividad la quimioterapia, lo único que podía hacer era tomar paracetamol para los dolores. Gracias a dios terminé con el cáncer, pero cuando llegué a Brigada Callejera la profundidad de la llaga ya era de 3.5 centímetros y estaba infectada. Ya era muy tarde”, recuerda.

En Brigada Callejera fue el único lugar en el que aceptaron curar sus heridas y darle tratamiento. Dice que inicialmente acudió al Hospital General de México, pero no la atendieron. En otros consultorios particulares solo le recetaban paracetamol.

“Si no hubiera llegado aquí, yo creo que ya hasta me habría muerto, porque de verdad que era algo horrible. Pero no me dejan sola, lunes con lunes me hacen curación, para mí es mi familia, me han dado apoyo, amor y comprensión”, expresa.

A consecuencia de los daños que tuvo por los modelantes, Naomi tuvo que abandonar el trabajo sexual. Ahora que su salud mejoró, encontró empleo en Brigada Callejera, donde da acompañamiento a otras mujeres trans que reciben atención médica por procedimientos estéticos y por VIH.

Marieta Hernández también recibió atención médica en Brigada Callejera durante la pandemia, por la aparición de llagas a consecuencia del uso de modelantes. A los 27 años se inyectó aceite mineral, un producto utilizado para la fabricación de cosméticos, que en ese entonces “estaba de moda” entre las mujeres trans.

“Me inyecté cuando tenía 24 años, ahora tengo 51. Como por 22 años yo me daba vuelo, tuve el privilegio de tener un cuerpazo, pero la factura es muy cara”, reflexiona.

Hace seis años comenzó con molestias en las piernas y la aparición de algo que aparentaba ser “un barrito”, pero se hinchó hasta que reventó y se abrió una llaga. En otras partes del cuerpo le aparecieron más protuberancias.

“Al principio no fui al doctor, me hacía mis propias curaciones, pero con el tiempo aparecieron más y dije no, ya no tengo remedio. Como ya conocía a Brigada Callejera, hace como un año vine a verlos y me revisó la doctora. Me dijo que tenía una fuerte infección”, cuenta.

Al igual que sus compañeras, Marieta tuvo que retirarse del trabajo sexual a raíz de las afectaciones que tiene su cuerpo. Desde que comenzó con la aparición de llagas se volvió comerciante de lencería y artículos de belleza entre trabajadoras sexuales, pero dice que de todos modos sus ingresos se han visto afectados.

Durante la pandemia sus ventas se redujeron: con el cierre de hoteles, el trabajo sexual quedó confinado y las mujeres que prestan sus servicios dejaron de tener ingresos, por lo que no tuvo clientas. El apoyo con alimentos y medicamentos que le dieron en Brigada Callejera fue lo que “la salvó”.
La exigencia de justicia

Gretell, de 42 años, acudió a una clínica de cirugía plástica ubicada en la colonia del Valle, en la Ciudad de México, por recomendación de unos conocidos, con quienes entabló relación por el mundo del atletismo. Antes de las secuelas, disfrutaba de la actividad de correr y se dedicaba al trabajo sexual.

Sin embargo, desde hace seis años tuvo que dejar ambas actividades debido a que las intervenciones practicadas para afilar su nariz y aumentar su busto la dejaron mutilada y sin poder respirar.

Gretell señala que intentó actuar en contra del médico tratante, pero su denuncia no procedió, y acusa que hubo corrupción de por medio, porque recibió amenazas del acusado, quien le dijo que la podía mandar a matar, y que no perdiera el tiempo porque tenía “millones de pesos” para comprar autoridades.

Con la voz entrecortada, Gretell narra que ha tenido que aprender a vivir sintiendo que se ahoga, porque al dormir, inconscientemente cierra la boca e intenta respirar por la nariz, lo que le provoca sensación de pánico y desesperación. En lugar del trabajo sexual, ahora se desempeña como cuidadora de una mujer mayor que está enferma.

Su vida continúa, pero no descarta la posibilidad de volver a emprender un proceso legal contra el médico que la operó, quien sigue realizando cirugías estéticas en el mismo consultorio donde fue atendida Gretell, en la avenida Félix Cuevas de la colonia del Valle.

“Estoy arrepentida de haberme hecho esto, mi vida se ha derrumbado y no hay alguien que me ayude. Tú ves su pinche consultorio bien lujoso, ¿pero de qué sirve eso? Mira cómo me dejaron… yo ahí encontré la muerte”, sentencia.

Mauricio Sarmiento, abogado especialista en derecho médico, explica que la dificultad de que prosperen los procesos contra este tipo de “charlatanes” y sus centros de trabajo es que los Ministerios Públicos y los funcionarios de los juzgados no interpretan la ley de manera correcta, por lo que no logran acreditar que hay pruebas de que se cometió un delito. Además de que las diligencias resultan revictimizantes para las personas que de por sí están viviendo una situación traumática al ver su cuerpo mutilado.

De acuerdo con el médico y abogado, la Ley General de Salud establece puntos claros acerca de lo que los establecimientos que se ostentan como clínicas estéticas deben cumplir para operar, que son contar con material apto para los procedimientos, que el personal que atiende cuente con los la acreditación de cirujano plástico y que los lugares donde se realizan las intervenciones cuenten con la certificación que emite la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).

“El no cumplir con estas obligaciones produce responsabilidad penal y civil, que puede resultar en cárcel, pérdida de la licencia y el pago de una indemnización, que no va a reparar el daño, pero puede permitir que las víctimas accedan a servicios con un cirujano plástico ceritificado que las ayude, o que paguen atención psicológica”, comenta.

Sarmiento advierte que es importante que las personas denuncien estas prácticas, y que no tarden mucho en hacerlo después de que se enteran de los daños que provocaron a su salud, debido a que estos delitos prescriben después de dos años, es decir, que después de transcurrido este periodo ya no son perseguibles.

En cuanto a la posibilidad de acudir ante la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (Conamed), el abogado dice que este debe ser una instancia a la que se recurra de manera paralela a las denuncias penales y civiles, dado que solo puede conciliar en casos en los que la víctima y el doctor implicado están de acuerdo en que se revise el asunto. Cuando alguna de las partes se niega, se da por terminado el proceso, por lo que difícilmente se resuelven.

Según datos de la Conamed, en 2020 la Comisión concluyó 14 quejas por procedimientos de cirugía plástica y estética. Para el 2021, la cifra creció 371%, con 52 quejas concluidas.

En estos dos años, realizó 9 gestiones inmediatas para la atención médica, servicio a través del cual se busca la atención médica cuando el paciente solicita ser atendido y se le niegan los servicios.

También emitió nueve dictámenes sobre procedimientos de cirugía plástica y estética. En siete casos se contó con evidencia de mala práctica, mientras en dos no se pudo acreditar.

Si estás considerando realizarte un procedimiento estético, o te realizaste uno, puedes consultar en la página del Comité Normativo Nacional de Consejos de Especialidades Médicas (CONACEM) si el médico que lo practicó cuenta con las certificaciones vigentes para trabajar.

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