La antropología del talón: «Putas, activistas y periodistas»

La antropología del talón: «Putas, activistas y periodistas»

Rafael Torres Sánchez

Las dieciséis historias de vida que llenan las páginas del libro editado y en buena medida coordinado por Gloria Muñoz Ramírez y David Avendaño (Krizna) representan la conclusión de más de ocho años de convivencia y de trabajo de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, A. C. y del Taller de Periodismo Aquiles Baeza, habilitado en las instalaciones de Desinformémonos a sugerencia e invitación de su fundadora, la de incansables pies y sonrisa permanente. En cierto sentido, el libro semeja una marcha sonorizada por la voces que multiplican las consignas y los testimonios de sus participantes, la herencia de agujeros que les cupo y que ellas han transcrito, probando, entre otras cosas, la compatibilidad entre el talón, el bolígrafo y el teclado. No es poca cosa, tomando en la cuenta que es en el cuadrado que delimitan las aulas escolares donde mayormente se mienta la “observación participante”. En esta marcha testimonial tal práctica se ejerce por sí misma y de manera menos espontánea a lo que pudiera pensarse, años de trabajo en prenda así en el taller como en la esquina, contra las luces de los autos y bajo la llovizna, patentizando que las fronteras del México profundo no se reducen a delimitar las zonas de refugio de las culturas originarias sino que se extienden más allá, hasta alcanzar al medio urbano y las regiones medio urbanizadas que lo cercan y que entran sin amilanarse hasta los centros históricos, donde peatones menos desafortunados se mueven como la hormiga entre las patas del percherón, buscando la salida antes de que el sol se tire de cabeza al otro lado de la barda y la noche modifique un decorado que no ve el himenóptero, aunque sospeche su existencia. Por eso el vecindario aspira a que las marchistas usen ropa diurna menos llamativa que la que visten por la noche, al trabajar en la vía pública. Curioso nombre asume la discriminación al ser elevada por el pancracio a los altos andamios de lo inocuo: “Mil máscaras”, o, si la que persigue, aprehende y extorsiona no fuera la realidad lacerante que desborda estas páginas sino un mito: “Mil caras”.

El libro titulado de manera retadora y festiva por Krizna es un llamado de atención a que uniformados y civiles dejen de una vez por todas de ignorar los riesgos y las arbitrariedades a los que sigue expuesto el trabajo sexual; también a que el Estado obre en consecuencia. De ahí que una de las consignas más correadas en la marcha sea la exigencia de una correcta tipificación laboral con lo que ello implica de protección e integridad a favor de las trabajadoras, quienes siguen expuestas a un sin fin de arbitrariedades perpetradas ahora sí y mañana también por quienes deberían ser guardianes del orden, no del desorden. “Le digo a usted que la policía mexicana es, sin lugar a duda, el mejor sistema de gángsters organizados en el mundo. Es un desastre, es una asquerosidad, sinceramente. Para acabar pronto, yo estoy asqueado de la justicia en México. Porque aquí existe para quien tiene dinero. Cuando alguien rico lo matan, los policías andan así, pero moviditos, porque hay dinero de por medio. Sin en cambio, cuántos pobres amanecen ahogados en el canal, apuñalados, tirados en las calles oscuras, y nunca, na’más nunca, pueden esclarecer sus crímenes”.

No son pocas las marchistas que pudieran haber dicho esto, si no fuera porque Manuel Sánchez lo hizo ante el micrófono de la grabadora que Oscar Lewis le extendió hace más de medio siglo. ¿El orden de los factores altera el producto? Tal vez. En cuanto a las palabras, aunque no sean idénticas, las que emplean hoy muchas de las participantes en este libro imprescindible extraen el parecido de la similitud circunstancial, y el hecho de que al arma blanca la haya sustituido –sin eliminarla del todo– la de fuego, no cambia mayormente la esencia de la arbitrariedad policíaca, excepciones aparte, lo mismo que actualizaciones infraestructurales y marcas de afeites.

Una de las capacidades más nefastas del poder es la facilidad para apestar las palabras, despojándolas de su esencia y torciendo su significado. Salinas de Gortari, por ejemplo, a quien con justa y sobrada razón una de las marchistas enfrentaría para tocarle las castañuelas, ejerció esa magia negra contra un término que, en las historias de vida contadas por las protagonistas de este libro tremendo, vuelve, como suele decirse, por sus fueros, rehabilitada gracias al ejercicio efectivo de las marchistas del oficio honesto, riesgoso y ampliamente reivindicado por la inusual y ejemplar confluencia del trabajo sexual, el activismo social y el periodismo desde abajo que aparece en estas páginas. Aquella palabra es solidaridad. Por eso, otra de las virtudes de esta marcha es el rescate de un término que naufragó en Los Pinos y fue machacado por el salinato las veinticuatro horas del día, uno tras otro, a lo largo de un sexenio interminable –como todos los sexenios presidenciales– hasta que terminó. Hoy, felizmente, la palabra solidaridad recupera su esencia probando que, a pesar de los pesares, no hay argamasa que se le iguale. ¿Y la hormiga? Haría bien en escuchar al caballo que, inclinado hacia la tierra, le pregunta: Tantas idas y venidas / tantas vueltas y revueltas / quiero amiga que me digas/ ¿son de alguna utilidad?

Para la sociedad mexicana, no habrá salida posible si se empeña en seguir ignorando las profundidades que flotan en la superficie de una cotidianidad ciega al desequilibrio y el maltrato que se abaten, con pocos atenuantes, en las trabajadoras sexuales. El apoyo de la Brigada Callejera, de Desinformémonos y el que ellas mismas se prestan entre sí, más allá del negativo de la fotografía, son la muestra de que esos atenuantes no son sólo posibles sino que, en la medida que se multipliquen, contribuirán a la dignificación de oficio y a la profilaxis social de extrema urgencia en los tiempos que corren.

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