Un recorrido por los hoteles de paso con las prostitutas de La Merced

Foto de Marcos Cruz, VICE.

Un recorrido por los hoteles de paso con las prostitutas de La Merced

Por Marcos Cruz, abril 7, 2016

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La Merced es uno de los prostíbulos más grandes del mundo que opera las 24 horas. En este barrio de la Ciudad de México hay cerca de 3000 mujeres laborando, de la calle San Pablo hasta Corregidora. Varían en número, pero siempre hay alguien trabajando. Aún en las noches gélidas, las más audaces visten ombligueras y minifaldas alrededor de una fogata. El padrote, el hotelero, el cliente, los hijos apremian y hay que satisfacerlos. El negocio da y en cantidades demenciales. El Foro de Viena para Combatir la Trata de Personas, considera que la explotación sexual es el tercer ilícito más lucrativo del mundo, sólo debajo del tráfico de drogas y de armas, y que anualmente produce ganancias estimadas entre 32 mil y 36 mil millones de dólares. En México es el segundo, sólo debajo del narcotráfico.
Me di la misión de recorrer algunos de los hoteles de paso de este legendario barrio junto a sus mujeres.

HOTEL REGINA, EL TOUR COMIENZA
Comencé por el Regina, ubicado en la calle del mismo nombre, a espaldas del metro Pino Suárez. Me condujo Allison, quien trabaja por las tardes en la esquina de San Pablo y Cruces. Me convence su desenfado: "Te va a gustar tanto que vas a querer regresar cada ocho días", dice sonriendo. Apenas cruzamos la puerta de la habitación, le pago 150 pesos del servicio básico —además de los 100 de la recepción—. Cuando le explico que solo quiero platicar, se molesta: "Yo vengo a trabajar y no a contar sobre mi vida", me reprocha. Apenas si dice su nombre. A pesar de todo, me agrada iniciar mi tour en estas calles. Asentado sobre la antigua traza de Tenochtitlán, por este mismo barrio deambularon ofreciendo sus servicios las monamacac y las ahuianime, antiguas prostitutas aztecas. Incluso Diego Rivera pintó a una elegante ahuiani en uno de sus murales de Palacio Nacional. Ya para la época colonial, sobre Mesones se instalaron los primeros prostíbulos oficiales de la Ciudad de México, con lo que nos dejan en claro que desde hace siglos este es su territorio.
NECAXA, LA PROSTITUTA TOJOLABAL
La esquina de San Pablo y Topacio poco a poco ha sido conquistada por una veintena de lozanos rostros veinteañeros que trabajan en los hoteles San Marcos (calle Mesones) y Necaxa (afuera del Metro Merced). En éste último conozco a Eli, una prostituta tojolabal de 19 años a quien le gusta el reguetón. Cada que su padrote se va y la deja sola en el hotel donde viven, acostumbra ir con sus amigas a bailar los sábados por la noche. La última vez terminó "bien peda y vomitando en el taxi", me cuenta entre risas. Aunque no quiere que se entere su padrote porque la podría golpear.
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Eli es pequeñita y de rostro redondo. Por su hablar levemente entrecortado entendí que el castellano no era su lengua materna. Por cada cliente que la contrata tiene que caminar alrededor de 200 metros hasta el Necaxa. "Por lo menos haces pierna", le digo. "Sí, pero es muy cansado", responde mientras se masajea los pies con sus diminutas manos. Trabajaba como empleada doméstica en Tuxtla Gutiérrez de seis de la mañana a cuatro de la tarde, por lo que ganaba 600 pesos semanales. A su padrote lo conoció en su día de descanso en el parque. "No sabía qué era el cine", me dice Eli recordando la primera vez que su padrote la invitó a una función y de cómo ostentó su dinero cuando pagó. "Como ya tenía trabajando a otras chavas les hablaba para que le enviaran dinero", cuenta. Así comenzó su noviazgo y a los pocos días la invitó al cuarto que rentaba. "Y ahí voy de pendeja, ahí se aprovechó el güey", recuerda de su primera relación sexual. Después se la llevó a Tenancingo, Tlaxcala, donde conoció a su nueva familia. Una familia de prosapia en la profesión: su suegra prostituta, su suegro padrote y su cuñado de 17 años está aprendiendo a hacerlo.

EN EL SANTO TOMÁS, SIEMPRE CON EL CELULAR EN LA MANO
Ya sobre Circunvalación el primer hotel es el Santo Tomás, entre Carretones y Santo Tomás. Entré con Jessi, quien no dejaba de mensajear por WhatsApp. Es lo que muchas hacen, teclean incesantemente su celular, mientras informan: "200 pesos el nomal y 300 el desnudo completo, de 10 a 15 minutos". Cuando entramos al hotel alcancé a ver la foto del fondo de pantalla de su celular. "¿Es tu hijo?", pregunté. Lo afirmó en tono efusivo y agregó: "déjame presumírtelo". Y me mostró las fotos de Kevin, de cinco años de edad. Así comenzó nuestra plática.
Jessica fue enganchada en Tehuacán, Puebla, donde trabajaba por 700 pesos a la semana en una fábrica de mezclilla. En esa ciudad conoció a su padrote, quien le prometió casamiento pero en cambio la llevó a San Luis Potosí donde la obligó a prostituirse. "Si no lo hacía simple y sencillamente mataban a mi familia", me cuenta con voz tranquila, resignada. Yo tuve suerte; hay otras que conozco que se las robaron y sus familias nunca supieron más de ellas.
Un año después de irse con su padrote, Jessi resultó embarazada y a los seis meses del nacimiento de Kevin, su padrote se lo quitó y lo dejó al cuidado de sus abuelos paternos. La prostitución se ha vuelto una práctica familiar donde todos cooperan para usufructuar del negocio. Jessi y su proxeneta mantuvieron su peregrinar por las zonas rojas de provincia. Por dos años vio crecer a su hijo casi exclusivamente por fotografías y videos que su padrote le llevaba o publicaba en Facebook. Sólo tenía permitido ver a Kevin cada tres meses y cuando no juntaba el dinero suficiente, su padrote la castigaba negándoselo. Pero se ganó la confianza del padre de su hijo en un operativo de la policía en Puebla. Por más que la presionaron en el Ministerio Público, se mantuvo en el estribillo previamente establecido por su padrote: "no tengo padrote, me metí por voluntad propia y mantengo a mi hijo". Al notarla tan en confianza le pregunto: "¿Y cómo se llama tu padrote?" Al instante su mirada serena destella alarma.
"Ya se nos acabó el tiempo", contesta.

EL AMPUDIA EN FACEBOOK
Veo una antigua foto, quizá de mediados de los 50, de un Anillo de Circunvalación con un camellón verde que divide un nulo tráfico vehicular de doble sentido. Frente a los incipientes cimientos del actual mercado de dulces, resalta el pequeño hotel Ampudia, entre Ramón Corona y Regina. Su fachada blanca le da cierta dignidad, pero ahora es un cuchitril ruinoso de faz grasienta. Es fácil ubicarlo porque siempre hay una pequeña muchedumbre de hombres que se pasan horas frente a su puerta; tan sólo miran a las chicas entrar y salir, es lo único que hacen.
Sobre avenida Circunvalación hay un barandal verde que divide la baqueta de la avenida y de donde cuelgan una docena de sombrillas que las chicas del Ampudia utilizan para protegerse de los rayos del sol. Entran y salen del hotel y nadie osa ponerse bajo una sombrilla que no sea suya. Ahí trabaja Luisa, mujer morena y alta, llegada de Michoacán. El cuarto que nos dieron recién se había desocupado y exhalaba un vaho pringoso y húmedo que me provocó unas breves arcadas. Un lavabo, un perchero, una silla y la cama desvencijada era el mobiliario.
Si bien algunas chicas temen que sus rostros terminen en internet y cuando entras con ellas te checan tu mochila para que no las grabes con alguna cámara escondida —incluso he visto como afuera se madrean a los incautos que intentan tomarles fotos o grabarlas—, a otras mujeres no les importa. Luisa es de ellas, le gusta platicar e incluso acepta que le tomen fotos.
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Me cuenta que conoció a su proxeneta por Facebook y después de unos meses de cortejo cibernético la fue a ver y se juntaron. Dice que todo lo hace por su hijo al que, presume, sólo le compra ropa de marca: "Calvin Klein, Levi's...", recita satisfecha. A su padrote no: "él se conforma con pantalones de 200 y 300 pesos", aclara. "No, si ya cambiaron sus métodos esos cabrones", dice, "que si me quiero ir con mis papás, 'anda vete vieja y ahí te va una lanita para que te vayas contenta'".
Efectivamente, ante tanto operativo y endurecimiento de las penas —en el DF el castigo por explotación sexual puede llegar hasta 50 años debido a una modificación hecha a la ley en 2014—, los padrotes se las han ingeniado para recurrir menos a la violencia y más al convencimiento pacífico. Este estribillo que reza: "de mí salió, yo quería trabajar de cualquier cosa" ya lo había escuchado varias veces, igualito.

EL TAMPICO, LA CHICA SOÑADA

Conocí a Rebeca en el Hotel Tampico, en Pradera esquina Zavala, que por cierto es una excepción, pues está limpio e iluminado. Hay mujeres que te derrotan apenas las miras y con Rebeca sucedió: le confesé mi misión. "¿Por qué no mejor me invitas un café para platicar?", fue su milagrosa respuesta. Pero nada de grabarme, advirtió. Su maquillaje es notorio pero sin llegar a ser exageradamente recargado. Lo único que me llama la atención es la diamantina que esparce levemente alrededor de sus ojos, como si fuera una adolescente de secundaria. Pero Rebeca ya no lo es, tiene 31 años, aunque aparenta un poco menos. Es madre soltera de una niña de 12 años y un niño de siete.

Además de La Merced trabaja en Sullivan y, bajo la presión de ser exhibida por el ojo ubicuo de los celulares en las redes sociales, cada vez más se dedica sólo a ser edecán en eventos de promoción. Aunque hay una gran diferencia: como edecán gana entre 500 y 1000 pesos por jornada, y como prostituta entre 2,000 y 5,000 pesos.

"Conozco en Sullivan a chicas que también trabajan de escorts y aun así las grabaron los cabrones clientes", me dice preocupada Rebeca y agrega, "no quiero que mis hijos se enteren de qué trabajo".

Mientras caminamos sobre avenida Balderas, los claxonazos dirigidos hacia su persona no dejan de irrumpir nuestros oídos. En un gesto sorpresivo me toma de la mano y me conduce a un Sanborns. "Mi hijo se enoja mucho con los hombres que se me quedan viendo", dice cuando ya estamos sentados en la cafetería. Rebeca está consciente de que muchos de sus clientes la frecuentan no sólo para desahogarse sexualmente. "Platico con ellos, les pregunto por la forma en que más les gusta hacerlo, me gusta ser alivianada y que se sientan cómodos cuando me vienen a visitar".

No tiene proxeneta. "Pues claro", me dice, "es la única manera de hacer algo de dinero en este negocio, sin zánganos que mantener y que todavía te rompan la madre". Cuando llega la hora de marcharnos Rebeca me arrebata la nota de la cuenta y por más que le digo que me la regrese para pagar, se niega y dice que ella invita hoy.


EL LIVERPOOL, UNA MÁS DEL HAREM

Sobre Circunvalación hay dos hoteles más, el Veracruz y el Liverpool, ubicados entre San simón y Manzanares. Doblando rumbo a la Cámara de Diputados, sobre Corregidora, está el Madrid. Y la verdad no sé cuál de los tres sea el más siniestro. Húmedos, sucios y sobre todo peligrosos. Los chineros están a la expectativa de que pases para dejarte inconsciente y desvalijarte. En el Liverpool conocí a Lore. "Somos siete carnalas", me dice al referirse a las otras mujeres de su proxeneta. A Lore nunca le dije que quería platicar, tan solo fluyó. "Al principio me pegaba el cabrón si no le entregaba la cuenta bien, pero ahora ya no; tenemos una hija".

Dice que es la preferida porque su hombre le permitió tenerla. A las otras viejas las obligó a sacarse el chamaco, "soy la única que ha tenido hijos de él", presume. "Tan es así, que su padrote ahora ya ni siquiera le pide cuentas", dice. "Todo es para mí y para mi hija".

El cuerpo de Lore es, sin duda, lo más notable ante los ojos de los clientes. El pantalón de mezclilla denota la redondez de sus caderas y sus largas piernas. Es alta y eso le satisface. A tal grado que lo menciona varias veces cuando se compara con las prostitutas que pasan frente a nosotros y que ella mira con desprecio porque son chaparras. Me cuenta que por las noches tiene que trabajar en un bar de Toluca y a veces hace servicios especiales en Puebla. "¿Especiales?", pregunto. Me dice que son fiestas privadas para narcos. Así, sin más me lo dice. "Aunque casi nunca cogen", me cuenta, "sólo van a arreglar sus asuntos mientras nosotras nos paseamos en traje de baño por la enorme casa".

"¿No te da miedo?", pregunto.
"No, yo ya no le tengo miedo a nada".

***

Debido a los operativos policíacos en La Merced, se han clausurado hoteles como el Topacio, Universo, Oviedo y varias casas particulares con cuartuchos. Para el 2015, según Juana Camila Bautista Rebollar, Fiscal Central de Investigación para la Atención del Delito de Trata de Personas, se consignaron más de 290 probables responsables de este delito y se han rescatado entre 200 y 400 víctimas en la ciudad. Pero a decir verdad, sus métodos nos recuerdan la Edad Media con el peritaje vaginal obligatorio. Donde a la chica se le acuesta en la mesa de exploración y el médico mide la abertura de su introito vaginal: si mide más de un centímetro en posición ginecológica, si está dilatado, si lo labios vaginales están hinchados y están rojizos y lubricados, significa que tuvo relaciones sexuales. "Estos son la clase de peritajes científicos que actualmente la procuraduría del la Ciudad de México, la de Jalisco y la de Chiapas llevan a cabo", me explica con indignación Jaime Montejo, vocero de Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez y, agrega, "sólo victimizan a las mujeres por segunda vez. Pero hay mujeres que sólo se rescataron muchos años después de muertas y únicamente para ser enviadas a la fosa común". Como sucedió con el hotel El Avión, destruido por el terremoto de 1985, donde encontraron no sólo cuerpos de mujeres y niños que perecieron ese 19 de septiembre, sino cadáveres mucho más antiguos de las prostitutas (y sus hijos) que vivían esclavizadas y enclaustradas en esa construcción.

Esas historias de mujeres secuestradas, violadas, golpeadas, literalmente esclavizadas por las mafias abundan. Ellas no hablan con extraños, son herméticas y silenciosas, más en las esquinas donde se exhiben. Saben que su muerte es una posibilidad muy real, como sucedió con Estela, asfixiada por su proxeneta en el año de 1991 en el Madrid o, más recientemente, en el Liverpool cuando el 9 de junio del 2015 un cliente apuñaló ocho veces a una prostituta. En ese inter hubo infinidad de asesinatos. Un recuento hemerográfico de Brigada Callejera calculó 2 mil 184 trabajadoras sexuales asesinadas en México durante el 2012.

Aquí sólo consigné el semblante de las chicas más parlanchinas, un breve paseo en distintos días, por distintos horarios, de sus distintas vidas. Aunque atrás de ese desenfado no sé realmente qué habrá.
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Mi última incursión la hago en el Madrid, en la calle Corregidora, entre Limón y Santa Escuela. Me llama la atención una chica que, con rostro melancólico, mira su celular. Sentada sobre una jardinera, pasa con los dedos una y otra vez la foto de un pequeño niño. La observo bien porque discretamente me senté cerca de ella. Había aprendido, que algo en común en muchas prostitutas era guardar, como cualquier padre o madre, las fotos de sus hijos en sus teléfonos celulares. La gran diferencia es que ellas difícilmente los verán cuando regresen de su trabajo, porque la mayoría de estos infantes viven con sus abuelos, en provincia o de plano están secuestrados por los padrotes para presionarlas para que sigan prostituyéndose. Aquella chica de minifalda negra, rostro moreno y pelo rizado, levanta el rostro de repente y me sorprende observándola. Al instante le pregunto por sus servicios, pero sólo me responde con una mirada de desprecio.

Este texto llegó a nosotros a través de la convocatoria Las Nuevas Voces del Periodismo.