La explotación del trabajo no asalariado por el capital
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Publicado el 23 abril, 2015 por unpensamientomundano
Armando Bartra
Una vez que las actividades de las mujeres fueron definidas como no- trabajo, el trabajo femenino se transformó en un recurso natural, disponible para todos.
Silvia Federici. (p 170)
En tiempos de crisis alimentaria los campesinos se han hecho de nuevo visibles como productores, además de que en la franja Andino Amazónica de Nuestra América protagonizaron a principios del tercer milenio las más visionarias revoluciones post neoliberales. Y uno se pregunta: ¿qué hace ahí esa gente?, ¿de qué vieja película salen esos zombis astrosos y polvorientos?, ¿cómo es posible que en el procelosas aguas del capitalismo crepuscular del tercer milenio naveguen aun grupos sociales cuya inminente naufragio fue pronosticado desde hace doscientos años?, ¿cómo es que un orden económico que por naturaleza separa al productor directo de sus medios de vida tornando mercancía la capacidad laboral de los expropiados ha contemporizado por tanto tiempo con los labriegos?
Y de todo esto surge una pregunta insoslayable: cuál es el espacio sistémico estructuralmente definido donde estos y otros trabajadores no asalariados existen y resisten. Como veremos, la búsqueda de respuestas me llevará de regreso a El capital, pero también me conducirá más allá de Marx en la crítica de la economía política.
Los desfiguros del gran dinero
En su obra canónica Carlos Marx se ocupa no de la conformación en el tiempo del sistema del gran dinero sino de la lógica económica de su reproducción. Así dúos conceptuales como producción mercantil-producción capitalista, plusvalía absoluta-plusvalía relativa, subsunción formal-subsunción real… no surgen en primera instancia por referencia a configuraciones históricas previas y al capitalismo maduro, sino como momentos dialécticos en una construcción conceptual que va de lo simple a lo complejo y de lo abstracto a lo concreto pensado.
La producción capitalista se nos presenta en una primera aproximación como producción de mercancías, para mostrarse después como lo que en verdad es: producción de plusvalía. Igualmente constatar que el tiempo de trabajo necesario es más corto que el tiempo de trabajo total es el punto de partida lógico para examinar las modalidades del incremento relativo de esta diferencia absoluta. Y de la misma manera la propiedad privada de los medios de producción y el carácter mercantil de la fuerza de trabajo constituyen la forma económica general de una producción capitalista cuyo contenido material: tecnología y formas de cooperación, también responde a la lógica de la acumulación, la conjunción conceptual de estas dos dimensiones: la formal y la material, es lo que llamamos subsunción real del trabajo en el capital.
Cuando Marx refiere algunos de estos conceptos a la secuencia temporal de su aparición en circunstancias históricas previas a la maduración del sistema del gran dinero, lo hace bajo un supuesto dudoso que expone gráficamente al sostener que el esqueleto del hombre explica el esqueleto del mono, es decir que en la historia las formas superiores nos dan la clave para dilucidar las formas anteriores e inferiores, y su inevitable complemento: que por una u otra vía todos los cursos históricos conducen al capitalismo que es la antesala del comunismo y con el de la verdadera historia de la humanidad.
Teleología unilineal que está en la concepción histórica del cristianismo y que, así formulada, tiene un origen hegeliano. Tesis que Marx rechazará posteriormente al negarse a “convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en la Europa occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a la que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos” (Karl Marx y Federico Engels, Escritos sobre Rusia. El porvenir de la comuna rusa rural. Cuadernos de pasado y presente 90, México, 1980, p. 101), pero que subyace en muchos de sus ejemplos históricos, precisamente porque se refieren a Europa, de modo que efectivamente se trata de formas económicas que realmente precedieron al capitalismo desarrollado europeo, que es el referente privilegiado de Marx.
No me interesa aquí discutir el sesgo finalista por el que relaciones sociales que existieron antes o que existen al margen del capitalismo son vistas como “precapitalistas” es decir como predestinadas, como preñadas de un capitalismo que es inevitable pues está inscrito en su futuro. Enfoque según el cual la producción mercantil simple, la plusvalía absoluta y la subsunción formal, que aparecen primero en el discurso teórico como abstracciones, existieron antes como formas sociales históricas y concretas que ya contenían en germen al sistema del gran dinero.
Pretendo, en cambio, emplear estos conceptos no para esclarecer momentos anteriores o etapas del capitalismo poco desarrollado, sino para iluminar regiones estructurales del sistema que resultan atípicas, aspectos particulares del capitalismo maduro que a primera vista se nos muestran como excéntricos pues en ellos las relaciones de producción o, dicho de otro modo, las formas de subsunción del trabajo en el capital no son de manera inmediata y directa las canónicas. Trataré pues de usar esas categorías no para caracterizar las etapas por las que el sistema pasó, sino para dilucidar su condición desigual, contrahecha, disforme, abigarrada, grotesca…
Subsunciones excéntricas del trabajo en el capital
Si le queremos dar a esos conceptos marxianos no un empleo diacrónico sino sincrónico, usándolos como claves que nos ayuden a poner en claro la racionalidad subyacente en ciertas socialidades particulares que se reproducen en el espacio del capitalismo realmente existente, pero que se nos presentan como heterodoxas o atípicas, lo primero es reconocer el carácter capitalista del sistema en cuestión o -dicho en términos de Marx- que el capitalismo es la forma general y dominante del orden económico que nos ocupa. Lo que significa ubicar la discusión en el nivel de mediaciones teóricas del tomo III de El Capital, que trata del proceso de producción circulación como un todo, y no en el del tomo I, cuyo tema es el aun abstracto proceso inmediato de producción.
Tendremos entonces que en un sistema cuya forma general es la capitalista, es decir donde imperan la subsunción real y la plusvalía relativa, puede haber ámbitos donde las relaciones de producción no sean -ni tiendan a ser- directa e inmediatamente capitalistas en el sentido modélico que nos presenta el tomo I de El capital, lo que no significa que no estén insertas en el proceso de valorización global sino que lo están a través de una serie de mediaciones distintas de las canónicas. Nos encontramos ante espacios sistémicos paradójicos y fractales -en el sentido de excepciones esclarecedoras- donde el capital subsume realmente al trabajo en el modo de no subsumirlo formalmente. Donde la tonalidad capitalista propia del mundo del gran dinero se traviste en otras tonalidades para de esta manera mejor imperar.
En cuanto al tema rural, que es el que aquí me ocupa, no se trata por el momento de cotejar la lógica de la unidad campesina de producción con la racionalidad de la producción capitalista como la muestra Marx en los primeros capítulos de su magna obra, sino de desplegar los engranes de la máquina codiciosa, los eslabones de la cadena, las mediaciones a través de las cuales el sistema subsume férreamente a la pequeña agricultura doméstica.
Cuando en el capítulo VI del tomo I de El capital -que a la postre no entró en el libro- Marx afirma que aun si el capital usurario o el comercial expolian al productor directo esto no significa que estemos ante un caso subsunción al capitalismo, ni siquiera formal (p 58), está diciendo una verdad si referimos su aserto a tiempos históricos en los que no imperaba el gran dinero. Pero si tomamos como referente a la moderna agricultura campesina y en particular a la pequeña producción por contrato inmersa en un capitalismo global más que maduro, lo que tendremos en esos inicuos intercambios es una variante excéntrica de la explotación capitalista, donde el trato comercial en que se amarra la exacción del excedente no es previo -como sucede en el caso del obrero que vende su fuerza de trabajo antes de entrar a laborar por cuenta del patrón- sino que la compraventa expoliadora es posterior a un proceso productivo que se desarrolló bajo el mando del trabajador directo. Modalidad heterodoxa en la que opera un mecanismo inverso al canónico, pues a diferencia de lo que sucede en la explotación asalariada, aquí se presenta un intercambio desigual permanente dado que la plusvalía se cede después de que ha sido engendrada.
Estamos ante dos formas de explotación distintas que sin embargo parten de la misma premisa: el obrero tiene que vender su fuerza de trabajo porque no tiene otra forma de sobrevivir y el campesino tiene que malbaratar su cosecha porque de ese ingreso depende total o parcialmente su sobrevivencia. Sobre esto escribí en 1979, cuando ser marxista ortodoxo me parecía más importante que ahora. Pero aun que eran otros tiempos la reflexión me sigue pareciendo certera
La valorización del capital a través de la explotación del obrero tiene dos fases: la compra-venta de fuerza de trabajo como intercambio de equivalentes, que constituye un “preludio”, y el consumo de la fuerza de trabajo como apropiación de plustrabajo, que “da cima” al proceso. En la primera fase, dice Marx, el trabajador y el capital aparecen sólo como compradores y vendedores y lo único que distingue al obrero de otros vendedores es “el específico valor de uso de lo que vende”.
La valorización del capital a través de la explotación del campesino también tiene dos fases: un proceso de producción en el que el trabajador directo produce excedentes, que constituye un “preludio”, y la compra-venta de productos como intercambio de no equivalentes, que “da cima” al proceso. En la segunda fase el trabajador y el capital aparecen, respectivamente no sólo como vendedor y comprador sino también como explotado y explotador, y lo que distingue al campesino de otros vendedores no es el “específico valor de uso de lo que vende” sino el peculiar valor de cambio de su mercancía”. (El capital en su laberinto. De la renta de la tierra a la renta de la vida. UACM. Itaca, CCDERSSA, México, 2006, p. 249-250)
El concepto “subsunción del trabajo en el capital” que Marx desarrolló a partir del aun abstracto proceso inmediato de producción capitalista cuyas claves pone al descubierto en el tomo I de su gran obra, puede ser extendido a la circulación del capital, pero también al sistema global de producción circulación en el que se incluye el consumo llamado final o improductivo que realizamos las personas, e incluso al ámbito de los imaginarios y de la cultura. El ejercicio, emprendido recientemente por autores como Antonio Negri y Jorge Veraza (Fábricas del sujeto/ontología de la subversión. Akal, Madrid, 2006, Del encuentro de Marx con América latina en la época de la degradación civilizatoria mundial. Ministerio del poder popular para la cultura, Caracas, 2012), ha resultado muy fructuoso.
Otra posibilidad, que yo exploré desde fines de los setenta del pasado siglo XX, es referir los mencionados conceptos marxistas a la producción campesina moderna, es decir a la que está inmersa en el mundo del gran dinero. Y si nuestro tema son los agricultores pequeños y familiares lo primero con que nos encontramos es que en el proceso inmediato de producción no hay subsunción formal directa, pues los medios de trabajo siguen en manos del labrador quién, por lo mismo, está en condiciones ejercer por cuenta propia su capacidad laboral. Sin embargo, si incorporamos al análisis la circulación de mercancías en que está inmerso, lo que veremos es que las economías domésticas están plena y férreamente subsumidas en el orden del gran dinero, remachadas en los circuitos de un capital que vampiriza su excedente a través de todos los mercados: aquel en el que venden íntegra o parcialmente su cosecha, pero también aquellos en los que obtienen crédito, compran tecnología e insumos o adquieren medios de vida. E incluso a través del mercado de trabajo al que las familias campesinas más pobres concurren con una parte de su capacidad laboral.
No voy a explicar ahí en detalle cómo es que un productor que sigue comprando y sigue vendiendo aunque no obtenga ganancias o incluso pierda dinero, y que sigue jornaleando a tiempo parcial por salarios de infra subsistencia gracias a que produce parte de sus propios alimentos, enfrenta un hándicap a ontológico que lo vuelve perdedor crónico en un mercado capitalista. Un mercado donde, por regla general, los precios tienen un límite mínimo resultante de que los empresarios propiamente dichos se retiran en cuanto dejan de tener utilidades, y donde el salario debe cubrir integro el costo de reproducción del obrero, pues este no tiene otros ingresos. Yo trate de esclarecer este mecanismo en otra parte (El capital en su laberinto… p. 240-280), pero los campesinos mexicanos, impuestos a los usureros, los “coyotes”, los abarroteros rapaces y los patrones desalmados lo expresan desde hace mucho con una fórmula inmejorable: “Es la Ley de San Garabato: comprar caro y vender barato”.
Si, como Marx, entendemos por subsunción real a la forma económica general que le permite al capitalismo apropiarse de la plusvalía, tendremos que reconocer que en el capitalismo realmente existente ésta forma general coexiste con formas particulares en las que no hay subsunción formal del trabajo al capital en el proceso inmediato de producción, aunque si hay subsunción real, pues también el excedente resultante del sudor campesino termina en las arcas del gran dinero.
Tanto por su secuencia lógica como por los procesos históricos que tiene presentes, el punto de partida de las pesquisas de Marx es la forma económica capitalista, es decir la subsunción formal. Sometimiento que sólo está conceptualmente completo o históricamente maduro, cuando a la sumisión económica que ata al que vende fuerza de trabajo con el que la compra, se agrega una tecnología y una manera de cooperación laboral diseñadas para maximizar las ganancias exprimiendo al máximo al trabajador. Y a eso le llama subsunción real.
El modo capitalista de producción -escribe Marx en un texto que a la postre no se incluyó en el tomo I de El capital– genera una forma modificada de la producción material (…) modificación de la forma material (que) constituye la base para el desarrollo de la producción capitalista. (Karl Marx. El capital libro I capítulo VI (inédito). Ediciones signos, Buenos aires 1971, p 73)
Para Marx la subsunción real incluye siempre a la formal, pues no se le ocurre que pudiera haber medios y procedimientos de producción revolucionados al modo capitalista, que no estuvieran en manos de empresarios y servidos por obreros. Pero esa increíble posibilidad se presenta -y con mucha frecuencia- en el capitalismo realmente existente. Y para explicarla me pareció conveniente enfatizar una mediación apenas tocada por el razonamiento marxiano. En la perspectiva que propongo, la subsunción del trabajo en el capital se nos mostraría con dos dimensiones: la formal que se refiere a la forma económica que remite a la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado, y la material que se refiere al contenido tecnológico y las modalidades de la cooperación. La subsunción plena, completa o subsunción real supone las dos dimensiones anteriores: la subsunción formal y la subsunción material.
Al enfatizar teóricamente la subsunción material o “forma material” -que Marx menciona apenas de pasada- nos habremos dotado de un concepto útil para explicar que sucede con los innumerables campesinos que, de grado o por fuerza, han incorporado en sus procesos productivos parte del paquete tecnológico diseñado por el gran dinero y con él la especialización y la división del trabajo que lleva implícitas. Y es que, paradójicamente, en el contexto del capitalismo encontramos numerosos procesos de producción específicos que de manera directa e inmediata no están formalmente subsumidos en el capital, pero si lo están materialmente pues se les ha impuesto el empleo de sus fuerzas productivas. Así el productor por cuenta propia y formalmente independiente no solo produce para el capital, a quien engorda con sus excedentes, también produce como el capital, que le ha enjaretado su tecnología.
La explotación invisible
Esclarecer por qué en ciertas esferas de la producción la tecnología y formas de cooperación propias del gran dinero no se imponen plenamente, de modo que en el capitalismo desarrollado pueden existir procesos de trabajo que estando realmente subsumidos en el capital como un todo, no lo estén bajo la forma de subsunción formal y material directas, y seguidamente mostrar las mediaciones a través de las cuales el trabajo no directamente asalariado que ahí se despliega es explotado y el excedente económico ahí generado se transforma en plusvalía propiamente dicha, da sustento a la tesis de que los campesinos modernos son por derecho propio y para su desgracia una clase del capitalismo. Así los pequeños y medianos productores rurales se nos presentan como una segunda clase explotada por el gran dinero, de la misma manera como los terratenientes -hoy diríamos todos los rentistas- constituyen una segunda clase explotadora, según lo sostiene Marx en el capítulo XLVIII del Tomo III de El capital.
Pero el mismo razonamiento sugiere también que la enorme cantidad de trabajos socialmente necesarios pero no asalariados que desde siempre, y aun hoy, sustentan la reproducción del sistema capitalista, no debieran verse como improductivos respecto de los procesos de explotación y acumulación realmente existentes. Y esto nos lleva por fuerza más allá de El capital y otros textos de Marx como los que se han agrupado bajo el título de Historia crítica de las teorías de la plusvalía, donde estas labores, que producen lo que él llama “mercancías virtuales”, son expresamente calificadas de marginales, residuales y en definitiva no productivas.
No es asunto menor: el trabajo doméstico que desarrollamos mayormente las mujeres los niños y los viejos, los infinitos servicios no asalariados que desempeñan los cuentapropistas, la importante y variada producción artesanal y la cuantiosa y vital producción campesina de alimentos son el combustible laboral que mueve al mundo y una gran parte de ese esfuerzo no aparece en las “cuentas nacionales”.
Un ejemplo. La atención escolar de los niños y la hospitalaria de los enfermos, tienen valor económico y aparecen en el renglón servicios de la contabilidad global, pero cuando -en la lógica del “consenso de Washington”- se acortan los horarios escolares y se reduce el número de camas en los hospitales, la transferencia al ámbito doméstico de parte de la atención que se debe prestar a los niños y a los enfermos aparece como un milagroso ahorro en las mismas cuentas macroeconómicas. Lo que en verdad sucede es que un trabajo directamente social que forma parte de los costos de producción totales, es mágicamente convertido en un trabajo doméstico, ya no productivo sino reproductivo. Decir que quienes lo desempeñan no aportan a la creación de riqueza social y no están uncid@s, como los otros trabajadores, a la valorización del capital es añadir el desprecio a la expoliación.
Silvia Federici y otras feministas sostienen con pertinencia que el capitalismo es “un sistema social que no reconoce la producción y reproducción del trabajo como una actividad socio-económica y como una fuente de acumulación de capital y, en cambio, las mistifica como un recurso natural o un servicio personal, al tiempo que saca provecho de la condición no asalariada del trabajo involucrado” (Federici p. 19).
Mistificación del todo semejante a la que yo he analizado para el mundo agrario y que abarca la mayor parte de la labor que desempeñan las familias campesinas, en particular aquella en la que se emplean trabajo y medios de producción no mercantiles. Lo que incluye una parte del valor de lo que los pequeños agricultores si comercializan, que puede venderse por debajo del que sería su precio de producción capitalista, porque estos no contabilizan el esfuerzo y los recursos no monetarios ahí invertidos.
Lo que aquí propongo es el hermanamiento de las mujeres y los campesinos como víctimas de una explotación patente en la pobreza y marginación que padecen sus víctimas, pero negada por la economía política, incluyendo la economía política crítica.
Aunque ética y políticamente el enfoque me parece inobjetable, entiendo que esto plantea algunos problemas teóricos. Uno de ellos es que el trabajo asalariado que emplean los capitales tiende a ser trabajo medio o trabajo social, porque la búsqueda de ganancias y la competencia no permiten que la productividad de una empresa se rezague por mucho tiempo. Por el contrario las productividades del trabajo doméstico, el de los campesinos y el de otros cuentapropistas que lo que buscan es la sobrevivencia, son extremadamente diversas y no tienen a converger en una media. Lo que documenta bien la amplia gama de rendimientos que encontramos en un cultivo básico como el maíz que es comercial pero también de autoconsumo.
La pregunta por el valor, por la cantidad de trabajo medio que contiene, por ejemplo, una pantalla de plasma, remire a un tiempo de trabajo social medio que es una abstracción, pero es una “abstracción concreta” pues en esa media tienden realmente a concentrarse las ensambladoras. En cambio la pregunta por la cantidad de trabajo contenido en una mazorca remite a una media aritmética y es una abstracción sin sustento en la realidad. Dicho de otra manera: la tendencial uniformidad productiva que deriva de la competencia entre capitales ha hecho que el trabajo concreto del obrero sea directamente e inmediatamente trabajo abstracto, social o medio. En cambio los trabajos orientados a la sobrevivencia que desarrollan las personas por cuenta propia y que no compiten entre sí de modo que mantienen una enorme diversidad productiva, son trabajos concretos y reducirlos a trabajo medio social es una abstracción econométrica sin referente fáctico.
Y si hablamos de explotación esto importa, pues la plusvalía, que es la diferencia entre la cantidad de trabajo que se le puede arrancar a un obrero y la cantidad de trabajo que contienen lo bienes necesarios para que este se reproduzca, se refiere en todos los casos a trabajo social medio, de modo que un trabajo cuya productividad esté muy por debajo de la media social, generará menos plusvalía que los otros o de plano no generará plusvalía.
Esto, que difícilmente ocurre cuando se trabaja para un patrón que debe competir o arruinarse, ocurre sistemáticamente en los trabajos por cuenta propia no asalariados, cuya productividad es por lo general mucho menor a la que tienen quienes fabrican los mismos bienes con fines lucrativos. Dicho de otra manera: la cantidad de trabajo individual y concreto invertido en la producción de bienes y servicios no mercantiles es por lo general muy superior al que emplean los productores comerciales y también muy superior a la media. Lo que significa que la plusvalía que dichos bienes contienen es mínima, nula o incluso negativa. Y, por extensión, dado que la plusvalía es trabajo social excedente, esto pudiera interpretarse como que los trabajos invertidos en su confección no producen plusvalía ¿Significa esto que los esforzados campesinos de bajos rendimientos que dejan la vida en el surco no producen excedente económico y por tanto no son explotados? ¿Estoy diciendo que las sufridas trabajadoras “del hogar” que laboran de sol a sol, aun así no rinden plusvalía y por tanto no son explotadas?
¿Explotados, pero poquito?: para des economizar la lucha de clases
El problema conceptual no lo tienen ellas y ellos, que sin lugar a dudas son explotados y muchas veces se dan cuenta. El problema lo tiene la teoría marxista de la explotación que aparentemente no da razón de lo que ahí ocurre.
Una primera salida al dilema está en el propio concepto de explotación del trabajo asalariado, que no alude a una relación directa entre cada uno de los capitalistas individuales y sus asalariados, sino una relación global trabajo-capital medida por el conjunto de los procesos de producción y distribución a través de los cuales los valores devienen precios y la plusvalía ganancia. Lo que en verdad sucede se expresa bien con una imagen: cada capital aporta al fondo común una cierta cantidad de plusvalía determinada por la composición técnica de la rama en que trabaja y por su productividad relativa dentro de esa rama, pero en principio -y si no median monopolios- extrae de ese fondo común una ganancia proporcional al monto capital invertido. Dicho de otra manera: todos los capitales explotan a todos los trabajadores.
Y si la explotación es un nexo que por fuerza remite a la totalidad social, la cantidad de plusvalía que cada trabajador aporta es un dato irrelevante. No lo es en cambio el esfuerzo laboral que se le exige y las condiciones de vida a las que puede acceder con su salario. La injusticia social que importa es la explotación encarnada, la explotación referida al trabajador concreto y vivo no el inasible monto del trabajo abstracto excedente que se le hace rendir. La explotación no es una relación individual, es una relación de clase.
Incluir en esta relación global de explotación a las labores no remuneradas, trabajos que a diferencia del asalariado se desempeñan en medio de una gran diversidad de tecnologías y productividades, además de que se insertan en el mercado por vías indirectas y caminos sinuosos, nos obliga a reconstruir una abigarrada gama de mediaciones que van más allá de las canónicas que Marx considera en El capital.
Yo he tratado de dilucidar algunas de las que operan en el caso de los campesinos insertos en el mercado capitalista. Pero hay más y habría que explorarlas. De lo contrario mantendremos en la marginalidad conceptual lo que se pensó que era marginalidad socioeconómica y a la postre resultó no solo parte constitutiva del capitalismo contrahecho realmente existente sino condición de posibilidad de toda acumulación posible.
En el capítulo XLVIII del tomo III de El capital, titulado La fórmula trinitaria (754-769), Marx dice que en el orden del gran dinero hay tres clases: la burguesía y el proletariado, pero también los terratenientes, que son una clase del capitalismo pues en un sistema de mercado es inevitable que la propiedad territorial se valorice y sustente a un grupo social específico. Hoy sabemos que no solo la tierra agrícola, también el subsuelo, el agua, el aire la diversidad biológica, el paisaje, el espectro electromagnético… además del dinero en cuanto tal que es objeto de la especulación financiera, sustentan a una fracción de capital distinta de la que conforman quienes invierten y compiten. Pero si hay dos clases explotadoras o dos fracciones de la clase explotadora y una de ellas no genera plusvalía pero si se la apropia ¿Por qué no pensar que puede haber también dos clase explotadas o dos fracciones de la clase explotada, y que una de ellas, la mayor, labora en última instancia para el capital pero su trabajo no es asalariado?
Resta todavía un pendiente teórico más. Admitiendo -algunos sin duda a regañadientes- que el capital también vive y embarnece vampirizando las labores de los no asalariados, aún puede persistir la idea de que su aporte es marginal pues también lo es la productividad de su trabajo. Sí -dirán algunos- las mujeres y los campesinos se esfuerzan mucho pero en términos de valor producen poco, de modo que son irrelevantes para el sistema y sus luchas son combates apenas periféricos. Ejemplo indirecto de lo que digo es el escaso aprecio que tienen los economistas por la producción comercial de los agricultores pequeños, debido a que su aporte al PIB es también mínimo.
Y esto me lleva a otra consideración. La explotación capitalista es en apariencia un hecho económico que tiene que ver estrictamente con los valores de cambio. Pero si vemos su fondo nos daremos cuenta de que no es así. En primer lugar hay que reconocer que la clave de la explotación, lo que hace posible la explotación capitalista y está detrás de cualquier clase de explotación sostenible en el tiempo, radica en el valor de uso del trabajo humano: sustancia milagrosa capaz de producir más de lo que consume.
Pero esta capacidad, que radica en lo cualitativo del trabajo vivo y de su ejecutor, es dejada en las sombras por una economía codiciosa que lo único que ve es la diferencia cuantitativa entre el tiempo de trabajo necesario y el tiempo de trabajo excedente. Cuando lo que importa es la ganancia, el trabajo concreto productor de valores de uso deja su lugar al trabajo abstracto introductor de valores de cambio. Y en ese nivel todo es terso, todo es toma y daca de equivalentes. En términos estrictamente económicos -y dejando atrás la malhadada acumulación originaria- la propiedad capitalista no es un robo, es el resultado de una inobjetable transacción.
Pero sí es un robo, claro que es un robo. Si atendemos al valor de uso y al trabajo vivo, concreto y cualitativo, no hay duda de que en alguna parte hay un robo, pues los que construyen palacios viven en chozas. Lo que pasa es que en el capitalismo la relación económica oculta la relación social. De modo que si no queremos caer en las trampas del gran dinero tenemos que restituirle al concepto de explotación su contenido concreto, vivo, cualitativo… su connotación moral. Nos daremos cuenta, así, de que lo que presenciamos no es la pulcra relación entre un comprador y un vendedor, sino la relación entre dos clases con diferencias abismales en términos de bienestar; tendremos que admitir entonces que estamos ante una batalla, una lucha de clases que tiene altas y bajas pero que mientras dure el sistema es interminable.
Y en este combate la productividad del trabajo, la tasa de explotación y la vía de extracción del excedente son pecata minuta. Para defender tu derecho a la vida que el sistema te niega no necesitas demostrar que eres económicamente productivo y que rindes harta plusvalía. La injusticia y la justicia no se miden en tasas y porcentajes, hay que des economizar la lucha de clases.
Violencia primaria
En el contexto de la Gran Crisis, que en otro sitio he caracterizado como un estrangulamiento civilizatorio por escases, se reaviva la avidez del capital por los recursos naturales cuya rareza relativa produce rentas. Y en la medida en que el gran dinero aterriza en busca del botín, se intensifica también la lucha de las comunidades en defensa de su patrimonio natural y social, contra un despojo que con frecuencia recurre a la violencia física.
Esto ha llevado a desempolvar los conceptos de “acumulación originaria”, que por ser permanente David Harvey ha llamado “acumulación por desposesión”. Yo he preferido emplear el concepto de violencia primaria y acumulación primaria, con el que aludo al componente de despojo implícito en toda relación de explotación habida y por haber. No sólo a la hostilidad que subyace en la recurrente apropiación por el capital de los recursos naturales sino, sobre todo, a la que supone el que nuestras energías, capacidades y talentos sean una y otra vez transformados en mercancía y usurpados por el gran dinero. Hostilidad muy semejante a la que implica para el trabajador no asalariado el que los bienes generados por esas mismas energías, capacidades y talentos, pero ejercidos por cuenta propia, tengan que ser enajenados y acaben en manos del capital.
El trabajo asalariado y el no asalariado, las labores que todas y todos realizamos en todas partes y todo el tiempo, las ininterrumpidas actividades de las que depende la reproducción de la vida humana tienen dos atributos literalmente milagrosos: generan más riqueza de la que consumen y son creativas pues introducen en el mundo realidades inéditas. Productividad y creatividad que terminan en los bolsillos del capital, en una relación de explotación que conlleva permanentemente la violencia. Una violencia de la misma índole que la que nos agravia cuando somos despojados de nuestro patrimonio natural o cultural.
La reiterada conversión en mercancías capitalistas de lo que nosotros habíamos gestado como bienes y la transmutación en la mercancía fuerza de trabajo de nuestras propias capacidades vitales son una forma permanente de violencia, de expoliación, de despojo. Un modalidad de la misma hostilidad que el capital ejerce sobre la naturaleza. Estoy pensando en la violencia que para sus padres significa la diáspora en busca de comprador de los hijos adolescentes, estoy pensando en la terrible violencia que supone el que cada mañana frente al espejo del lavabo nos preparemos para asumir nuestra condición de mercancías.
La naturaleza no es mercancía. Nosotros tampoco.
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